Torremuña y su misterioso robo
La retina de la memoria ·
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Fue como de película: un ladrón nocturno (o varios) desmontó la noche del 4 al 5 de abril de 1971 tres de las 18 tablas del magnífico retablo de Torremuña sin que nadie las echara en falta. Fue casi dos años después, tras un inventario ... artístico, cuando se descubrió el saqueo. Las 13 personas que vivían en este pueblo del Camero Viejo tampoco vieron ni oyeron nada: «Tienen seguramente otras preocupaciones y no se fijan en estas cosas», resumía la crónica de la época, que se ocupó ampliamente de este suceso por tratarse de una joya del arte hispano-flamenco.
Se dio la alarma, se publicaron las fotografías de las tablas, de 1501, que representaban la adoración de los Reyes, los desposorios de la Virgen y la Anunciación. No dio resultado. Hoy en día siguen en paradero desconocido. «Andarán en alguna colección privada, escondidas sin salir al mercado... Es complicado estar al tanto de los fondos de todos los anticuarios», aventura casi medio siglo después Gabriel Moya, por entonces director del Museo Provincial de Logroño. Pese a todo, él no las da por perdidas: «Nunca se sabe cuándo pueden aparecer, cosas más raras han ocurrido».
Torremuña se encuentra en un lugar inhóspito y el único acceso que había en 1971 era una senda solo apta para ir andando o con animales. Así que el experto da por hecho que debió ser a lomos de una mula como el ladrón debió cargar las tres tablas, de 1,20x70 centímetros, para iniciar un lento recorrido de más de una hora y media por un sendero que le llevaría hasta Vadillo, el pueblo más próximo.
Una odisea que se repetiría días después cuando se decidió poner a salvo el resto de piezas. Se montó una expedición para trasladar una mole como la del retablo, envuelta en mantas, hasta el entonces Museo Provincial de Logroño. Se emplearon 7 mulas. ¿Quiénes la componían? Pues entre ellos, el escultor Vicente Ochoa, un operario con un andamio de diez metros, así como la Guardia Civil y el comandante del puesto de Laguna.
Quienes más lamentaron el traslado del retablo, según explicó en aquellas fechas el director del Museo, fueron las mujeres, que el primer día acudieron vigilantes creyendo, equivocadamente, que se llevaban a su Virgen Blanca. «Fue una gran pérdida, las tablas son de lo más importante de la pintura de la época que se conserva en La Rioja, apenas hay piezas contemporáneas. Las que hay son pocas y muy dispersas», se lamentaba esta semana Gabriel Moya, quien destaca sin embargo la oportunidad de admirar hoy en día el resto del retablo en el Museo de La Rioja. Realizado a finales del siglo XV y transformado en 1561, la técnica empleada es óleo sobre tabla.
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