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Este viernes volverán a doblar por La Rioja las campanas con el sepulcral toque de difuntos, una sombría alegoría de la mañana que se despierta, como cada 1 de noviembre, entre crisantemos y nichos, pero que también será el día inaugural de la campaña ... electoral cuyo horizonte apunta al 10N. Cuarta cita con las urnas en otros tantos años: se conoce que los españoles votamos estupendamente y además nos gusta. El 20 de diciembre del 2015, España votó PP pero sin el respaldo suficiente como para que Mariano Rajoy pudiera formar Gobierno. Seis meses después, en junio, tuvo más fortuna: uego de dinamitar los escaños de la oposición socialista y mandar a Pedro Sánchez lejos de Ferraz, Rajoy fue investido presidente... gracias al ahora muy olvidado respaldo socialista, abstención mediante. Lecciones de la historia: dos años después, el resucitado Sánchez expulsó a Rajoy del banco azul con su moción de censura y derrotó luego al PP de Pablo Casado en las generales de abril pero acabó sufriendo la misma enfermedad. Esa mayoría parlamentaria tan exigua que, fracasada toda negociación a izquierda y derecha, obligó al presidente a convocar nuevas elecciones. El toque fúnebre estará este viernes más que justificado: las campanas doblarán por todos los españoles.
Cuando su eco deje de sonar, y las promesas electorales se evaporen, se cumplirá otro aniversario, más sutil, menos elocuente: habrán pasado cinco meses desde la constitución de los ayuntamientos. Que en La Rioja trajeron vientos de cambio, cristalizados en la irrupción en el salón de plenos logroñés del equipo comandado por un recién llegado a la política. Pablo Hermoso de Mendoza cumplirá el 15 de noviembre 150 días al frente de la Alcaldía con una novedad muy singular: que sigue sin tomarse la molestia de compartir con sus administrados el programa de Gobierno que aspira a dirigir y de hecho ya pilota. Una curiosidad histórica, insólita. Hasta ahora, la firma de pactos gubernamentales obligaba a sus actores a poner por escrito los compromisos que suscribían. Era un requisito aún más exigible en casos como el presente, cuando la coalición de Gobierno es múltiple: socialistas más regionalistas más la casa común de la izquierda donde caben desde Podemos a Equo. Una melé que pudiera haberse aclarado algo si la ciudadanía supiera cuáles son las prioridades de sus gobernantes, cuáles sus compromisos, cuáles sus puntos de partida y los de llegada.
Manda la tradición de con cada relevo al frente de las instituciones como el ocurrido a partir de mayo, se proceda a encargar el preceptivo retrato de los anteriores titulares de (por ejemplo) Gobierno de La Rioja, Parlamento regional y Ayuntamiento de Logroño. En los tres casos, según la información facilitada a este periódico, se encuentran sus actuales responsables a la espera de que tanto José Ignacio Ceniceros, Ana Lourdes González y Cuca Gamarra comuniquen sus pretensiones al respecto. En el caso de Logroño, por ejemplo, el trámite pasa por encargar el retrato al artista que elija la interesada y a partir de ahí impulsar el proceso administrativo.
Los últimos nombramientos acordados por el Gobierno regional han rellenado algunas casillas vacías pero restan aún por cubrirse otras dos vacantes en ese nivel: la gerencia del Hospital de Calahorra (que de momento compatibilizará el nuevo gerente del SERIS) y la dirección de Asuntos Jurídicos, hacia donde apunta el abogado Santiago Sufrategui, como ya anticipó Diario LA RIOJA. Con su nombramiento se cerrará un curioso círculo: Sufrategui, que aspiró a relevar a Francisco Martínez Aldama, se pondrá a las órdenes de Francisco Ocón. La historia (socialista) siempre es pendular.
Pero a los logroñeses se les viene hurtando esta información. Ni está ni se la espera. Una revolución posmoderna: las promesas atan a sus firmantes, les obligan a tantearse bien la ropa antes de perpetrar su penúltima ocurrencia y les pueden pasar factura cuando haya que visitar de nuevo las urnas dentro de cuatro años. Pero despojado de estas obligaciones, un Gobierno será muy libre para ingresar en el terreno de las fantasías, siempre más confortable. Logroño, según esta novedosa estrategia, será por lo tanto una ciudad más amable. Sus habitantes, buenos y benéficos, cuidarán a los que cuidan. De aquella ciudad tan cuca, a un Logroño más hermoso.
¿Resumen? Que una vez superada la etapa electoral que se avecina, siempre muy desbordante de promesas, no debe sorprender que todos esos compromisos se archiven. Se trata de modernizar la política, lejos de los hábitos de antaño, tan rancios. Cuando se elaboraba un programa que el elector rara vez se leía (como ocurría también en las mesas de redacción), se incluían tropecientas medidas que luego tampoco se ejecutaban y por lo tanto con ocasión de la siguiente campaña se escenificaba otra vez el mismo teatrillo, mientras todo candidato hacía bueno el consejo de Churchill que recordaba hace nada el propio Rajoy: abandonarse a esa dieta consistente en comerse sus propias palabras, con el deprimente resultado de observar cómo decae la legitimidad del conjunto del sistema democrático. Si el dirigente no se siente concernido por sus promesas, cómo volver a creerle. Un acto de fe.
De manera que la estrategia adoptada en Logroño tiene algún sentido. Menos promesas, más buen rollo. Se beneficia el alcalde de la escasa consistencia que distingue en sus primeros pasos a la oposición, tan despistada como el propio Gobierno. Un pecado que se observa a otra escala, la regional, donde al menos Concha Andreu sí cumplió el protocolo de poner por escrito los términos de su coalición con IU y UP. Lo cual da también un poco lo mismo. El papel lo soporta todo, incluyendo las interpretaciones más sesgadas. Y aquel programa que parecía tan radical cuando lo sellaron sus firmantes se matiza en cuanto acceden al poder y se aplazan los más férreos compromisos, cuyo destino es ingresar en el limbo de las promesas eternas. El embrujado territorio de las palabras, palabras, palabras... Ese bucle infinito destinado a revivir en esta campaña que llega tan rica en metáforas: mientras doblan las campanas.
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