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Las denuncias, el sufrimiento y la muerte de mujeres a manos de sus parejas siguen siendo una lacra y Miguel Lorente, uno de los mayores referentes para conocer cómo enfrentarlo. Las jornadas organizadas por la Universidad de La Rioja para abordar la cuestión trajeron ayer ... a quien fue delegado del Gobierno para la violencia de género del 2008 al 2011 para llamar desde Logroño a no edulcorar los riesgos y actuar de forma transversal.
- ¿Es hoy la radiografía de esta violencia tan terrible como muestran los medios de comunicación?
- Sí. Los estudios sociológicos que incluyen no sólo las denuncias dicen que España contabiliza unas 600.000 mujeres maltratadas cada año. Además, los homicidios están en cifras totalmente inaceptables. Hablamos de una media de 60 mujeres asesinadas cada año. O lo que es igual: 60 asesinos que surgen de la normalidad, demostrando que no son hombres que están vinculados a actividades delincuenciales o criminales, sino que hacen una vida integrada y terminan asesinando a mujeres. Que una sociedad sea capaz de generar anualmente 60 homicidas es terrorífico porque, además, la reacción que hay frente a este tipo de violencia es mínima.
- ¿Son los asesinatos la punta del iceberg de esta lacra?
- El objetivo de la violencia de género es someter, dominar, controlar. Un maltratador no pega a su pareja para quitarle el dinero, sino para atemorizarla, asustarla, para que haga lo que él diga. Cuando pierde el control y la mujer se separa es cuando generalmente decide matar. La mayoría de las muertes no se produce en el momento exacto de la ruptura, sino cuando entiende que se ha producido un punto de no retorno y no va a recuperarla. Esta circunstancia está trasformando la forma de ejercer la violencia y vemos ahora que los menores están siendo cada vez más integrados en la propia acción criminal homicida, como en el reciente caso de Alcira. La violencia contra la mujer es por lo tanto una decisión consciente y, por muy duro que nos parezca, no la protagonizan locos sino gente que racionaliza y decide hacer el máximo daño posible. Tenemos que ser conscientes de esa realidad y no minimizar el riesgo ni desde las instituciones ni desde el ámbito social.
- ¿A qué obedece esa laxitud?
- Como se repite en meses anteriores, el último barómetro del CIS correspondiente a septiembre concluye que las cifras de asesinatos y denuncias que le he referido, además de los 840.000 menores que viven en hogares donde el padre maltrata a la madre, es un problema grave sólo para el 1% de la población. Eso demuestra que la capacidad de responder a esa violencia es muy baja, pero no porque se carezca de instrumentos, sino porque la percepción que tenemos para aplicarlos es totalmente ajena a la realidad.
- ¿Tan complicado es afinar esa percepción? ¿Qué actuaciones deberían implementarse?
- No creo que sea complicado, aunque sí difícil de aplicar porque exige mucho tiempo y continuidad. Para empezar es clave la educación para evitar que se siga integrando como parte de la normalidad y contrarreste el dato conocido el lunes según el cual el 27% de los jóvenes asume que este tipo de violencia forma parte de las relaciones. También es básica la concienciación como medio de romper lo que ya hay construido y en tercer lugar, actuar contra algo que ahora se está permitiendo con demasiada imprudencia como es la reacción del machismo. Lo que yo llamo el postmachismo.
- ¿A qué se refiere exactamente con ese concepto?
- Se trata del machismo que lanza el mensaje de las denuncias falsas, que las mujeres también maltratan, que los hombres están siendo cuestionados sistemáticamente, que se criminalizan las relaciones personales y la familia... Ese mensaje que pone distancia a la realidad al final es mucho más perjudicial que el mensaje machista explícito. Éste genera una reacción inmediata en contra, pero el postmachismo al que aludo, el que reactualiza el mito de la mujer perversa que quiere quedarse con la casa, los hijos y el dinero y dicen que los mujeres hace mucho más daño porque genera confusión; y la confusión genera distancia; y la distancia pasividad; y la pasividad que, al final, todo siga igual.
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