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Nacho González Ucelay
Martes, 9 de abril 2024, 18:11
Efectivos del Cuerpo Nacional de Policía consiguieron reescribir el domingo, con una rápida y eficaz intervención, el trágico destino que aguardaba a una joven de 28 años en las aguas de la bahía de Santander, donde los agentes, siete en total, acudieron para sacarla del ... mar y ponerla a salvo cuando la chica empezaba a mostrar síntomas de hipotermia y aturdimiento. «Fue uno de esos días en los que acabas y te vas a casa muy feliz», dicen los policías Javier y Laura, él jefe de equipo de esta unidad y ella hábil conductora del suceso hacia un final feliz.
Según indicaron fuentes de la Jefatura Superior de Policía, los hechos se produjeron hacia las tres y media de la tarde, cuando el Centro CIMAC-091 recibió la llamada de un ciudadano informando de que una mujer se había introducido en el agua (parece que de forma voluntaria, aunque eso no está confirmado) y permanecía agarrada a una escalera vertical próxima al monumento de Los Raqueros, levantado al final del Paseo de Pereda. En su llamada, el comunicante añadía que la mujer, de 28 años, no respondía ni a sus requerimientos ni a los de otros ciudadanos para que saliera del mar.
Alertadas del suceso, varias patrullas del Grupo de Atención al Ciudadano (GAC) se desplazaron al lugar, entre ellas la de Javier y Laura, que, recién acabado otro servicio –la mediación en una pelea multitudinaria producida no muy lejos de allí–, decidieron acercarse al enterarse de que la chica «ni respondía a las llamadas que le estaban haciendo los primeros compañeros en llegar ni quería hablar con ellos ni hacía ningún intento por salir del agua».
Fue, esa, una buena decisión, «porque al oír una voz femenina miró hacia arriba y me habló», explica Laura, que en ese momento pasó a convertirse en la piedra angular del operativo desplegado por los agentes para sacar a la mujer del agua con vida. «Bajé por la escalera, me acerqué y le dije si quería hablarme». Y como ella le respondió que sí, «le pregunté que qué le pasaba, le recordé que estábamos ahí para ayudarla, le pedí que se agarrara al flotador que le habíamos lanzado y que me diera la mano...». «Pero ella estaba como en shock. Estaba pálida, temblorosa, aturdida...», continúa su compañero, que al comprobar cómo la mujer comenzaba a resentirse del frío –presentaba ya evidentes síntomas de hipotermia– decidió que era hora de actuar.
Laura, que ya para ese entonces se había granjeado su confianza, se aproximó un poco más a la joven y le preguntó: «¿Si me meto en el agua sales conmigo?». Y al oír un «sí», no se lo pensó. «Me quité el chaleco antibalas, el ceñidor y el calzado, me metí en el mar, conseguí que agarrara el flotador de rescate, le abracé por la espalda y le acerqué a las escaleras», donde sus compañeros hicieron el resto del trabajo tirando de ella a tierra firme.
«El domingo fue uno de esos días de trabajo en los que todo salió bien porque logramos rescatar a esta persona y la compañera salió ilesa», dice el jefe de equipo. «Así que todos nos fuimos felices y satisfechos», reconoce al tiempo Laura, el principal activo policial en un día que no les resulta novedoso a ninguno de los dos. Se da la circunstancia de que esta misma pareja de oficiales ya evitó en noviembre que otra mujer se arrojara al vacío desde un puente de Cazoña.
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