Descenso al infierno

Allí transcurrieron entre 15 y 50 minutos. Las niñas, de 13 años, no supieron precisar el tiempo exacto que pasó desde que fueron introducidas a empujones hasta que salieron del portal. Llegaron sobre las 19.00 o las 19.15 horas, tal vez, y salieron entre las 19.30 y las 19.50. Un auténtico horror que pudo durar de 15 a 50 minutos pero que en cualquier caso sin duda será el instante más largo que hayan vivido jamás las dos pequeñas.

Todo ocurrió en unos habitáculos inmundos, en los mismos en los que las menores habían estado un día antes jugando y hablando. Aquello les dio confianza, así que en un principio decidieron repetir. Pero esta vez algo olía diferente, desconfiaron de ellos y se negaron a entrar. Todo fue en vano y a empujones entraron en lo que el fallo judicial describe como chamizo –aunque en un principio era un espacio que estaba destinado a trasteros–, al que se accede a través de una pequeña puerta situada nada más cruzar el portal del número 16 de avenida de Navarra de Logroño y que, según algunas fuentes, podían ser las antiguas carboneras.

Nada más cruzar la pequeña puerta, cerrada con candado, y tras descender dos grupos de tres escalones, se accede a unos semisótanos. A mano derecha hay siete espacios o huecos que están cerrados con paredes laterales. Y a mano izquierda, otros cinco que, al igual que los anteriores, están divididos por paredes laterales.

La mayor parte de los huecos, explica la sentencia, estaban por entonces llenos de objetos abandonados y de basuras. Incluso alguno de los cubículos no tenía puerta y en otros estaba descolgada. El pasillo del semisótano acaba en un pequeño patio que está sin techar y que da a la calle Capitán Gaona. Una puerta separa la calle del patio.

De todos los habitáculos, el primero y el segundo de la mano derecha fueron los escenarios del «indeterminado número de forzamientos sexuales» que sufrieron las menores. El primero de los trasteros tiene una altura de 135 centímetros, 180 centímetros de ancho y 350 centímetros de profundidad. Dentro de este espacio, además de objetos viejos, había una almohada y un colchón encima del somier de un 'chaise longue'.

En el segundo trastero, el único que tiene luz gracias a una bombilla que iluminaba la estancia, había un banco de madera, un sofá biplaza enfrente y, al fondo, un sofá cama con varios cojines, una manta y otros objetos.

En estos dos cuartuchos fueron introducidas las menores, una en cada uno, sin que pudieran verse ni abrazarse, sólo escuchar cómo se llamaban la una a la otra y se pedían ayuda mutuamente. A las menores apenas les separaban unos metros de distancia, pero una pared les impedía estar juntas. Sólo transcurrido el horror, las pequeñas volvieron a estar juntas en uno de los habitáculos. Para entonces, sus agresores habían «saciado su apetito sexual» y uno de los menores les apremió para que se vistieran y se marcharan. Las niñas salieron del infierno, se encontraron con una señora mayor y le contaron lo que acababa de ocurrir. Ella fue la primera en narrarlo a la Policía.