Senderismo

Una cuestión de altitud

Apenas ha amanecido y una espesa niebla cubre las faldas del Moncalvillo. El bullicio de la calle Mayor de Sojuela, donde se sirve chocolate y caldo a los senderistas, contrasta con el silencio del bosque, donde solo se escuchan los graznidos de los cuervos y el canto de algunos pájaros. Hace frío, pero pronto se entra en calor. Hay 7 kilómetros de ascenso hasta la cima del Moncalvillo, situada a 1.420 metros de altitud. En esta XVIII Subida a las Neveras de Moncalvillo puede que la amenaza de lluvia y la inminente llegada de la borrasca Herminia haya retraído a los participantes, cuyo número fue sensiblemente inferior al de años anteriores. Aún así, alrededor de 400 personas hicieron cima desde las 10 hasta las 12 horas, porque hubo quien madrugó en exceso, adelantándose a la salida, y quien se quedó dormido y partió tarde.

Mario y Álvaro acudieron desde Nájera por primera vez a esta marcha senderista, la que abre la temporada en La Rioja, y fueron los primeros en llegar a lo más alto, donde un fuerte viento invitaba, más que a contemplar las hermosas vistas, a dar la vuelta y emprender el descenso. «Solemos salir todos los domingos, aunque ha sido más duro de lo que pensábamos, creíamos que era más suave, pero ha estado muy bien, esta zona de La Rioja es muy bonita», comentan.

Poco a poco van llegando a las neveras mayores y niños. Cabe destacar la participación de dos veteranos senderistas logroñeses como son Goyo Ascacíbar, de 79 años, y Pilar Ortega, de 72. Y aunque la mayoría acudían desde Logroño, Sojuela y pueblos de alrededor, también hubo bilbaínos. Javier y su perro Donovan, aunque son de Sojuela, participaron junto a unos amigos de Logroño y Bilbao. «Venimos con frecuencia, esta es una cita obligada. Este monte es ya como nuestra casa. Subir y bajar se hace muy rápido y es muy cómodo», explica Javier.

Tal vez la pena fue que, en esta ocasión, no se pudo apreciar ni una lengua de nieve. Hace dos años la cima estaba completamente nevada, lo que embelleció y endureció la ruta a partes iguales. Y el año pasado quedaba algún rastro. Pero en este, nada. Sí que el suelo, alfombrado de las hojas de los robles, que como las hayas, pinos, encinas, madroños, abetos y tejos abrazan a los senderistas, permanecía húmedo por las últimas lluvias. Tampoco se vieron setas. Ni mariposas. Sin embargo, el recorrido sigue siendo de gran belleza, con rincones espectaculares como el Haya del Rayo, la Fuente de la Ojosa y la Plana del Molino. Entre los cortafuegos, en el frondoso pinar, los árboles se mostraban marcados como un ejército en formación a punto de ser abatido.

José Miguel, de Albelda de Iregua, dejó la bicicleta por un domingo y acompañó a su esposa y a sus amigos Ramón, Itziar y Jordi a realizar la ruta. «Alguno ya había subido antes pero para mí ha sido la primera vez y me ha gustado mucho, es muy bonita, con la niebla por abajo. Ha merecido la pena. Como había mucho frío he decidido venir con los amigos», indica José Miguel.

Pronto las neveras se llenan con los senderistas que completan la mitad del recorrido, lo más duro, la subida. Ahora queda la bajada, siempre más llevadera. En total, 14 kilómetros. Jorge y David, de Logroño y Lardero, también se estrenaban. «Hemos tenido dudas por el tiempo pero, al final, el día ha salido perfecto», comenta David. Durante todo el recorrido no les faltó el humor. «Tenemos un amigo que está más fuerte que el vinagre de cooperativa pero se ve que se ha comido un trozo de chorizo arriba y se ha quedado por ahí tirado, le habrá sentado mal o le estará haciendo la digestión», bromeaba David. Una cuestión, actitud. Y una cuestión de altitud.

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