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Raúl Lacoste, el último hilandero de La Rioja, busca un acuerdo con las instituciones que convierta su fábrica en un museo de la historia textil. J. R.
Enciso

El último hilandero de La Rioja

El último hilandero riojano insta a las instituciones a convertir las instalaciones de Hilados y Tejidos Marín Lacoste en un museo del legado de la industria de la lana

Viernes, 2 de febrero 2024, 07:29

En una de sus paredes de piedra cuelga un calendario parado en octubre de 2019. No pasó más páginas. Al mes siguiente, las máquinas de Hilados y Tejidos Marín Lacoste pararon después de más de medio siglo fabricando hilo para boinas, calcetines... y las típicas mantas de campo de pastor. Cerraba la última fábrica de La Rioja que trabajaba todo el proceso de la lana de oveja. Una de las últimas de España.

Raúl Lacoste terminaba de servir un pedido de hilo a Boinas Elósegui, su último gran cliente junto a otros de toda la vida para calcetines y mantas, se reunía con sus dos compañeras y, visto que bajaba el trabajo y los cambios de unos tiempos con cada vez más ropa sintética, decidían que era la hora de cerrar. «Tal y como quedó ese día está ahora la fábrica», recorre con la mirada llena de nostalgia. Quedan hilos en las máquinas, lana, utensilios...

Son los testigos de un tiempo. Pero su deseo es que no se sumerjan en el olvido. Que lo que fue una empresa se convierta en un espacio para enseñar esa parte de la historia riojana, el legado de un patrimonio. «Por el recuerdo de toda mi familia, me encantaría que esta nave se convierta en una exposición o un museo para que la gente pueda venir, ver cómo se trabajaba todo el proceso de la lana desde que se esquila a la oveja hasta que sale un jersey, por ejemplo, cómo se tejía el hilo, cómo se elaboraban las mantas...», asiente con emoción el último hilandero de La Rioja.

«Es la única que queda en La Rioja con todo el proceso de la lana de oveja. Si no se hace algo, irá todo a la chatarra»

Durante décadas, Enciso estuvo vinculada con la industria textil, aprovechando cada salto de agua del río Cidacos para mover las máquinas y los rebaños de ovejas merina y chamarita de sus laderas. «Tejer, producir lana, lavaderos, tintes, para abatanar, molinos para producir luz... Todo se aprovechaba del Cidacos. Pero las comunicaciones con Enciso no eran las mejores y varias empresas se fueron a Logroño, a Barcelona... Al final, nos quedamos solos». Es el destino que sufren tantos pueblos del mundo rural.

La nave guarda mucha maquinaria que muestra todo el proceso. J. R.

Pero Raúl es de los que se resisten. «Es la única que queda en La Rioja. Me gustaría que no se pierda. Si no, va a ir todo a la chatarra», avisa. Con ese sentido, la familia Lacoste ha ofrecido al Ayuntamiento de Enciso y al Gobierno de La Rioja ese espacio para acondicionar un lugar para la memoria viva de la fabricación de mantas, que sólo resiste en nuestra comunidad en Ezcaray. «Aquí está la historia de mi familia. Mi bisabuelo comenzó en un taller pequeñito a la entrada del pueblo, mi padre y mis tíos bajaron a esta nave en los años 60-70, que antes fue del empresario Cándido de la Riva, fueron modernizando la maquinaria y aquí seguí yo después de volver de la mili, en 1978». Es el relato de cuatro generaciones de su familia, una labor que comandó Raúl durante los últimos tres lustros tras la jubilación de sus mayores. Nadie de su familia o de la villa ha cogido su relevo.

La fábrica permanece tal y como quedó en noviembre de 2019. J. R.

El anhelo de la familia Lacoste es mantener este espacio con un fin divulgativo y didáctico para los más jóvenes, apoyado en paneles y vídeos explicativos, y con uno turístico como una visita para todos los que llegan a la villa a conocer los ricos yacimientos de huellas de dinosaurios, el parque de paleoaventura Barranco Perdido, el Centro Paleontólógico y sus otros atractivos. «Es el último vestigio de toda la importancia que tuvo la industria textil en el Cidacos, que cuenta con ordenanza de tejidos desde 1530. Sería una pena que, teniendo toda la maquinaria, se pierda ese legado», añade su hermano Javier.

Si volviera la corriente, la maquinaria que guarda la nave podría volver a funcionar. El público podría contemplar todo el proceso completo: recogía la lana, la trituraba, la untaban de agua y aceite, se hacía el hilo, se urdía, pasaba por los cilindros para cargarse... Así lo va contando Raúl con toda la pasión a los grupos que solicitan visitar la fábrica, como la abría también en cada edición del Festival Encinart (otra cita que se echa de menos en la villa). Pero el tiempo apremia. Una gotera podría deteriorar la cubierta y debilitar el edificio y las máquinas que guarda. «Ojalá llegáramos a un acuerdo y tendrían el edificio y la maquinaria a su disposición», anhela Raúl.

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