Pero ayer, pese a ser domingo, apenas un par de tractores osaron romper el silencio sepulcral de esa falda del Moncalvillo. El estado de alarma ha llegado a Sorzano. Nosotros no lo saltamos, sí, pero por una causa justificada: el pan. Como si de verano azul se tratara, cogí la bicicleta y tras un par de cuestas demasiado pronunciadas para mi gusto, llegué a la panadería. Fuera no había nadie y, como si fuera la vieja del visillo, corrí ligeramente la mosquitera para ver si el panadero estaba ocupado. Pertrechado con una mascarilla de las buenas, me dijo que pasara. Apenas me acerqué al mostrador. «Dos barras»; «Cuánto es»; «Ahí le dejo». Todo a dos metros de distancia y haciendo escorzos imposibles para dejar las monedas y coger el pan. En condiciones normales hubiera pensado que soy un imbécil. Igual ayer también lo pensó: «Estos forasteros...».
Sorzano no es que sea muy grande ni tiene demasiados habitantes, pero ayer todos estaban encerrados en casa. En una minigira por el pueblo, el silencio era absoluto, sepulcral. No había nadie en la calle, el bar estaba cerrado a cal y canto con el típico cartel de «Dada la situación...» y el parque estaba precintado. También la zona de actividades físicas para mayores, que aquí que reduce a dos pedales encastrados en el suelo.
En casa las cosas van. No ha habido más crisis existenciales ni de convivencia (aunque las habrá, ya verán). También es verdad que ayer era domingo y cada uno hizo lo que le dio la gana (dentro de un orden, claro). Hasta el mediodía, aprovechando el sol, las peques hicieron la fotosíntesis jugando a quién sabe qué.
La tarde ya fue otra cosa. Por la tarde Sorzano se convirtió en Mordor. El cielo se puso gris y las nubes negras que descendían por la Nacional 111 en dirección a Logroño persiguiendo a los domingueros que se había saltado el estado de alarma acabaron descargando con ganas. Ahora sí empieza lo difícil. Ahora empieza la cuarentena entre cuatro paredes... Hasta que la climatología conceda un respiro al personal. Mientras tanto, el parchís se ha convertido en nuestro mejor aliado. Eso sí, siempre gana la misma.