Juan Marín del Río
Logroño
Lunes, 3 de febrero 2025, 07:06
«No bebo para no tener que ir al baño, no como por no levantar los brazos». Así explica cómo se siente Tamara de la Horra, enfermera en el Hospital San Pedro, cuando sufre «una recaída o un brote». Padece covid persistente, un síndrome que, ... según la Red Española de Investigación en covid persistente (Reicop), afecta a alrededor del 10% de las personas que han pasado la fase aguda del covid. Esta 'nueva enfermedad' comienza tres meses después de superar la infección, los síntomas se mantienen durante al menos dos meses y no se corresponden con ninguna otra patología. «Es una enfermedad crónica, como una hipertensión o una diabetes. Lo que pasa es que ellos tienen un tratamiento y nosotros, no», explica Tamara de la Horra.
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Fatiga, dificultad para respirar, dolores en el pecho, espalda y extremidades, pérdida del olfato y del gusto o niebla mental. Pese a que engloba cerca de 200 síntomas, se trata de una enfermedad muy individualizada que no sigue un patrón. «Yo tengo dolores, temblores y cansancio. Antes no me acordaba de nada, mi casa estaba llena de pósits y tenía que apuntarme todo en las notas del móvil, pero creo que eso lo he superado casi al 100%». Sergio Orbea, presidente de la Asociación de Covid Persistente en La Rioja (Ariocop), contrajo el virus en enero de 2021 y desde entonces su vida ha cambiado de forma radical. «Yo tengo muchos temblores y dolor muscular. Antes cogía la moto y practicaba 'crossfit', ahora hago ejercicio estirando unas gomas». se resigna.
Tamara, Sergio y las más de 30 personas que se identifican con este síndrome en La Rioja se enfrentan a un problema aún mayor que el virus: el escepticismo de los demás. No sólo lidian con la agresiva sintomatología del covid persistente, sino que además se han tenido que organizar para que se les dé crédito. «Sentí muchísima rabia cuando le conté qué síntomas tenía a mi médico de cabecera y su respuesta fue que ya se pasarían», explica Tamara de la Horra, mientras toma una bocanada de aire. «Tu médico tiene que sentir empatía. A mí me derivaron al neumólogo, porque no podía respirar, no podía hablar, ni reírme ni llorar; luego, ya directamente al psiquiatra. Sólo queremos volver a vivir».
El entorno familiar y laboral es, en ocasiones, otro quebradero de cabeza para estas personas que luchan por conseguir la comprensión de los suyos. Tamara y Sergio se han visto obligados a adaptar sus puestos de trabajo para poder seguir rindiendo. «Sigo supervisada y ya no trabajo con pacientes por el bien de los dos», bromea Tamara. «Por culpa de la niebla mental que tengo he pasado de hacer las cosas de manera independiente a tener a una persona al lado que controla que yo no meta la pata en todo lo que hago».
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Incluido en la lista de problemas crónicos de salud del Ministerio de Sanidad, el covid persistente no es ningún delirio. La necesidad de pedir la baja laboral de algunas de las personas que la padecen hace que se sume un problema más a sus vidas. «El INSS te inspecciona y como las personas con esta enfermedad vamos de prueba en prueba y va todo tan lento, te dan el alta y te mandan a trabajar incluso teniendo algo evidente», comenta Sergio, indignado.
Han conseguido un pequeño primer paso: un electrocardiograma ha revelado que padecen una disfunción mitocondrial. «Sólo sabemos que las mitocondrias no obtienen energía y por lo tanto, no estamos bien a nivel muscular. Esperamos que este estudio sirva para algo y podamos demostrar que estamos mal, mal de verdad», explica Sergio.
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En el Departamento de Enfermedades infecciosas del Hospital San Pedro, el doctor José Ramón Blanco atiende, en sus días libres, a cerca de una treintena de personas que albergan la esperanza de salir de este extraño pozo. Proporcionando «pequeñas dosis de naltrexona, nunca más de 4,5 miligramos», como explica Blanco, el objetivo es «disminuir la inflamación para reducir el dolor y regular el sistema inmune de estas personas, aunque seguimos necesitando mucho dinero para investigar».
Para Tamara, Blanco significa «una gran esperanza» y para Sergio, «una cuerda a la que aferrarse». El doctor se quita importancia y destaca el papel que juega el servicio de farmacia y los médicos de atención primaria, quienes, dice, «cada vez están más concienciados del problema».
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Aunque según el Hospital Germans Trias i Pujol solo superan el síndrome cerca del 7,6% de las personas que lo padecen, nadie sabe como acabarán las historias de Tamara y Sergio. Lo que sí está más que claro es que la comprensión, la empatía y la solidaridad pueden surtir un efecto muy positivo en ellos.
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