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Hugo Morán (Lena, Asturias, 1963) ocupa la Secretaría de Estado de Medio Ambiente desde la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa, en 2018. Han sido cinco años llenos de sobresaltos y zozobras, pero con una hoja de ruta subrayada en rojo: «Cuanto más tiempo ... tardemos en la transición ecológica, peores serán las consecuencias», advierte.
– ¿Sirve de algo que nosotros nos estrechemos el cinturón cuando los grandes contaminadores, como China o Estados Unidos, siguen a lo suyo?
– Sí. Me vas a permitir un símil. Cuando uno toma conciencia de que fumar es perjudicial para la salud, uno no espera a que los demás dejen de fumar. En términos ambientales, es verdad que se avanzaría mucho más deprisa si todos fuéramos a la vez, pero no podemos escudarnos en que los demás no lo hacen para no hacerlo nosotros.
– ¿Es inevitable que la transición ecológica sea un proceso doloroso, que implique renuncias importantes?
– Este país vivió hace no mucho una gran transición política. Había una conciencia colectiva de que era necesario superar un tiempo caducado para dar paso a un momento mejor. En esos procesos de cambio siempre hay colectivos, sectores y territorios que tienen que hacer un mayor esfuerzo. Incluso hay estructuras y sistemas productivos abocados a la desaparición. Eso no es fácil de gestionar y por eso se necesita un plazo razonable para poder transitar de un momento hacia otro, sin rupturas abruptas. Hay quien preferiría que ese tiempo fuese más corto y quien preferiría que fuese más largo. En la transición ecológica, es evidente que no disponemos de tiempo.
– Si la lucha contra el cambio climático es lo más urgente, ¿hemos descartado demasiado pronto la energía nuclear?
– En nuestro país hay un acuerdo con el propio sector para el cierre de la nuclear. Hay muchas razones. No es una energía limpia, con un serio problema de gestión de residuos que ningún país ha sabido resolver. Y es además una tecnología costosísima. El coste final de generación no admite comparación con ninguna tecnología renovable.
– Pero, ¿hay energía limpia? La eólica tiene un indudable impacto sobre el paisaje y sobre la fauna. De hecho empieza a haber bastante contestación popular contra los grandes parques. En La Rioja tenemos buenos ejemplos. ¿Son inevitables?
– Toda actividad genera afecciones al medio. Cualquier equipamiento o infraestructura que va destinada a prestar un servicio esencial para mejorar la vida de los ciudadanos tiene servidumbres. Hay que procurar hacerlo de manera que la solución no genere más problemas que beneficios y tampoco hay que crear territorios de servidumbre para otros se beneficien. Debe haber un equilibrio.
– ¿Teme que a raíz del éxito de 'As Bestas' crezca la imagen impopular de la energía eólica y haga políticamente costoso apostar por ella?
– Eso no aparece con la película. No hemos pasado de una sociedad que no se oponía a las renovables a otra que se opone. La eólica lleva décadas en España, aunque circunscrita a determinados lugares. A medida que la tecnología adquiere la suficiente madurez para tener un desarrollo importante en todo el territorio, aparece en cada sitio en el que se proyecta una instalación una preocupación ciudadana legítima y perfectamente entendible. Pero eso también pasa con las autovías o con las vías del AVE. Va inherente a cualquier infraestructura en cualquier territorio.
– La transición energética se asienta también sobre el coche eléctrico. Pero de momento se venden pocos, son caros y no hay infraestructuras suficientes. ¿Está siendo un fracaso?
– Cualquier cambio tecnológico en sus momentos iniciales siempre ha generado debate en cuanto a las alternativas. Recordemos lo que pasó con los vídeos. Hubo un momento en el que no se sabía si era mejor el VHS o el Beta y al final, cuando ya todos nos habíamos decidido por el VHS, aparece el DVD y todo el mundo camina hacia él. Ahora sucede algo similar porque conviven varias tecnologías en el mercado y además un coche es una inversión importante para la mayoría de los ciudadanos. Requerirá un proceso de maduración.
– ¿Deberíamos decir crudamente a la gente que tiene que consumir menos, viajar menos y comprar menos?
– Lo que es indudable es que la energía más barata es la que no se consume. Es una perogrullada, pero es así. El modelo de la austeridad no significa privación, sino no consumir más de lo que se necesita para tener una calidad de vida razonable. Si fuésemos capaces de interiorizar esta forma de consumir, daríamos un salto de gigante.
– Ahora se habla mucho del hidrógeno verde, se sigue investigando sobre la fusión nuclear... Da la impresión de que estamos tocando muchas teclas a ver cuál suena. ¿Qué fuente de energía cree usted que nos salvará de aquí a veinte años?
– Si yo supiese eso, invertiría el dinero que no tengo para montar una empresa. Eso nadie lo sabe. La fusión nuclear es la eterna promesa desde hace muchas décadas, pero sin grandes avances. La tecnología del hidrógeno está en un nivel incipiente pero con una gran apuesta a nivel internacional. Lo que sí sabemos es que tenemos tecnologías efectivas, con garantía de suministro y que encima nos permiten superar nuestra secular dependencia energética exterior. El sol y el viento nos están convirtiendo en un país altamente competitivo y esta es una ventaja que no podemos dejar pasar.
– A veces, en los pueblos, la gente tiene la sensación de que el medio ambiente es gestionado por 'urbanitas' que no viven en el terreno. Hablo, por ejemplo, de la protección al lobo, que es otro tema candente en La Rioja.
– Yo sigo viviendo en el mismo pueblo en el que nací, un municipio de la montaña central de Asturias con actividad ganadera y en donde se ha convivido desde siempre con el lobo y con el oso. Los conflictos de convivencia con los grandes carnívoros son seculares. Esto no es novedoso y lo vemos en la literatura.
– Lo novedoso ahora es la protección al lobo.
– Pero siempre ha sido así, si no no hubiéramos llegado con estos animales en nuestros montes, a diferencia de lo que ha ocurrido en otros lugares de la UE en los que fue exterminado. Si por algo se nos conoce y se nos valora es porque somos uno de los espacios de biodiversidad mejor conservados de toda la Unión Europea. El capital natural es la base imprescindible para asentar cualquier tipo de desarrollo. Cuando llegamos al Gobierno, en 2018, vimos que había habido una dejación de responsabilidades y no existía ningún mecanismo estatal de apoyo para dar cobertura a un modelo de convivencia que tiene sus costes. En 2018, la aportación de los Presupuestos Generales de Estado para prevención e indemnizaciones era cero. Ahora son 20 millones de euros. Pensar que de la noche a la mañana se va a resolver un problema de décadas sería ilusorio. La preservación de la biodiversidad alcanza a toda la pirámide ecológica. No podemos romperla porque eso introduciría una distorsión cuyas consecuencias no somos capaces de prever.
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