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En los días posteriores a su primer fallido intento de investidura, Concha Andreu parecía más ella misma que nunca. Las adversidades forjan el carácter de algunos políticos igual que desinflan el espíritu de otros. Andreu pertenece a esa primera estirpe: la clase de dirigentes ... que superan una etapa tras otra en dirección a la cumbre y que, sobre todo, desoyen los descalificativos que van recogiendo por el camino. Porque nadie pensaba, ni siquiera entre quienes por el PSOE la minusvaloraron en un primer momento bajo la etiqueta de «esa chica de Calahorra», ciudad donde nació en 1967, que sería quien abriera para los socialistas las puertas del Palacete, clausuradas desde que José Ignacio Pérez (curiosamente, también de Calahorra; curiosamente, su mentor) fuera desalojado por el PP de Pedro Sanz. Pero Andreu, más Andreu que nunca desde que probó el acíbar de la política, ignoró los vaivenes de Podemos hace un mes igual que hace ocho años, convertida en líder regional del PSOE, desatendió las sonrisas conmiserativas que despertaba entre propios y extraños. Convertida desde entonces en alguien distinto, propietaria de una mentalidad muy poderosa. Mucho más, bastante más, que una sonrisa.
Porque Andreu sonríe. Tiene buenos motivos para sonreír. Una labor profesional encauzada hacia su pasión (el vino de Rioja), una vida familiar nucleada en torno al hogar que le ata a Logroño (vive en una casa residencial de las afueras, junto con sus hijos y su marido, alto directivo de una bodega) y una trayectoria política anónima, casi invisible durante sus primeros años en el Parlamento pero radiante de luz en la última legislatura: a los éxitos propios desde las tareas de oposición, cristalizados la pasada primavera en los sucesivos triunfos electorales del PSOE, sumó su propia escalada en la jerarquía de Ferraz. Pedro Sánchez tiene puesta en ella todas sus complacencias y Andreu responde a ese trato preferencial alineando la organización riojana de su partido, de la mano de Francisco Ocón (otro de sus aliados en la conquista del Palacete), en favor del hoy inquilino en funciones de Moncloa.
Para que semejante rosario de buenas noticias alfombrara el camino hacia el poder Andreu tuvo que fajarse primero en el ninguneo que recibió de aquel PP de Sanz y después de la frialdad con que le trató también José Ignacio Ceniceros, con quien mantiene distantes pero educadas relaciones. No le importaron ni las pullas (cuando le llamaban desde los bancos populares 'Euskoandreu', a cuenta de la controversia sobre el euskera) ni otros dardos más recientes por sus deslices desde la tribuna. Cada día más dueña de su propio destino, se empleó en la vida pública igual que hace de civil: como una todoterrreno, que igual se ocupa de las inquietudes de su prole (una chica y un chico adolescentes, que le acompañaron en el Parlamento en aquel primer intento fracasado), saborea las delicias gastronómicas de la región, saca de paseo a su señora madre y parece multiplicarse por las redes sociales, cuyos perfiles gestionaba hasta ahora ella misma. ¿Defectos? Dicen quienes mejor le conocen que es de piel fina, es decir, que encaja mal los reproches. Hay quien la juzga algo propensa a la sobreactuación («Una gran actriz», le descalificaba un socialista del sector crítico) y quien observa en ella cierta tendencia a eludir los debates de fondo, que suele dejar en manos de sus colaboradores. Y tiene su carácter, atributo que puede entenderse también como una virtud. Ese genio tan propio de los riojanos, que mitiga con una simpatía natural que le reconocen incluso sus adversarios políticos, en las antípodas del gesto hosco que era habitual por el Palacete.
En realidad, más que sus defectos, quienes peor le quieren destacan un par de singularidades. La primera, que lleva unos días levitando y que debería empezar a pensar en aquel cartel con que recibían en Roma a los legionarios vencedores en mil batallas: el aviso célebre que nos recuerda que todos somos mortales. ¿Segunda laguna? Su falta de preparación para el ejercicio de Gobierno. Como su antecesor, Andreu nunca ha gestionado, en efecto, presupuesto alguno ni conoce las entrañas siquiera de una humilde concejalía. Entró en la política por la puerta del parlamentarismo, desconoce por lo tanto todo sobre el mundo del Poder Ejecutivo pero dispone de un argumento superior que subrayan sus incondicionales: un entusiasmo indesmayable y contagioso. Una personalidad que encaja muy bien con la ficha de cata de uno de los vinos que alumbró como enóloga, el Melquior reserva del 2001: firme estructura, complejidad, un punto salvaje que el tiempo de crianza contribuye a apaciguar, elegancia y finura. Las virtudes que hoy ingresan en el Palacete.
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