Para qué sirve el odio
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EL REPASO ·
De cómo una visita al pasado nos recuerda lo cerca que estamos de la barbarieViernes | Olona
El viernes una de las caras visibles de la ultraderecha hispana, Macarena Olona, anunció que dejaba la política por motivos de salud. Para quienes cultivan mínimamente las redes sociales lo que pasó en las siguientes horas era bien previsible: mensajes de piedad de los suyos ... y catapladas de insultos viles de los no suyos. Claro que esos mismos que ahora empatizaban eran los que odiaban un par de semanas antes cuando dos cargos socialistas hicieron lo mismo. Será por mala baba: de eso nos sobra en España.
A mí me cuesta acostumbrarme, la verdad. Miro a mi alrededor y cada vez veo más gente viviendo en pequeñas burbujas de eco. Gente que mira a su alrededor y solo escucha a quien le refrenda sus prejuicios, ya sea en Twitter o en la tele. Gente que en fin, odia, deshumaniza al de enfrente, le adjudica las intenciones más viles de destrucción de España y se traga cualquier relato que le convenga, aunque huela a pies.
Hace unos días pasé una mañana en las ruinas de la ciudad aragonesa de Belchite. Recomiendo la visita (incluso bajo la solana del verano, ay) porque es un recuerdo casi vivo de lo que pasa cuando nos acostumbramos a odiar. Los guías son del pueblo y te enseñan dónde vivía su familia, por qué calle huyó su abuela de niña en una estampida de 600 personas de las que sobrevivieron 120.
Vayan, vayan. El odio al de enfrente solo sirve para eso: para el desastre.
Miércoles | Calles abiertas
Abierta, limpita y reluciente la nueva República Argentina de Logroño. O un tramo, en fin. Una calle que es una declaración de intenciones, casi un resumen de aquello a lo que ha aspirado el Ayuntamiento de Logroño desde el inicio. Que es simple: menos espacio para los coches, más para peatones.
Es una buena intención, aunque haya ejecuciones mejores y peores. Pero la línea es la correcta, si queremos que el futuro Logroño sea como debería ser. A saber, una ciudad más compacta, donde las calles no sean carreteras con dos aceritas a los lados. Una ciudad en la que se aproveche el espacio interior y no se creen suburbios motorizados. Una ciudad, en fin, en la que se entre en coche, pero que no se viva en coche.
Cuando se habla del cambio climático se habla de estas cosas. De que las ciudades deben hacerse para que polucionemos menos, y eso implica aminorar poco a poco el uso abusivo del coche; andar más, pedalear más. Cuidar al planeta desde esa calle nuestra.
Sábado | Gas
Escribe Luisja Ruiz por aquí cerca que a las comunidades de vecinos les esperan un otoño-invierno de aúpa. A algunas ya se les ha adelantado: vecindarios con calefacción de gas o gasóleo que ven cómo sus cuotas mensuales se elevan un 20, un 30, un 40%. Y algunas, más. El problema de la inflación, aunque nos estemos empeñando este verano en no verlo, es que nos roba dinero del bolsillo cada día. Y por todos lados. Veremos un invierno feo: mucha gente que salió tambaleándose del COVID y sus consecuencias económicas va a ver cómo la cuesta de enero le empieza en noviembre. Y por mucho que ahorremos, no podemos vivir sin calefacción.
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