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Luis, hijo menor de guardia civil de El Redal José San Martín, asesinado por ETA en Guecho en 1992, vive en un pueblo al lado de Logroño y decidió ingresar en el cuerpo como homenaje a la memoria de su progenitor. :: justo rodríguez
«Siempre nos preguntamos por qué      a nosotros»

«Siempre nos preguntamos por qué a nosotros»

José San Martín, guardia civil de El Redal, fue asesinado por ETA en Guecho en 1992. Su hijo Luis relata aquella historia

Domingo, 18 de marzo 2018, 00:33

Veinticinco de febrero de 1992. José San Martín, de 49 años, camina solo en dirección a su casa de Guecho para comer con Mari Carmen Calvo, su esposa. Ha llegado en tren desde el cuartel bilbaíno de La Salve y en una esquina de la plaza Villamonte le asaltan por la espalda Javier Martínez Izaguirre y Juan Carlos Iglesias Chouzas, alias 'Gadafi', que le descerraja por la espalda un tiro a bocajarro en la cabeza y otro más en el suelo.

Los asesinos aúllan «¡Gora ETA!» y emprenden la huida para refugiarse en el domicilio de José Manuel Fernández Pérez de Nanclares y María Ángeles Pérez del Río, los dos sujetos que pusieron sobre la pista de José San Martín a los pistoleros; de hecho, la segunda fue la encargada de 'marcar' el objetivo con un empujón a la víctima.

Pasaban unos minutos de las dos y media de la tarde y ya nada iba a ser igual para la familia de este guardia civil de El Redal, que desde aquel día lleva 26 años sumida en el dolor. «Siempre me pregunto que por qué a nosotros. Pienso en mi madre (ya fallecida) y se me cae el alma al suelo; ella no llegó nunca a recuperarse, a remontar el vacío que se le quedó dentro con la ausencia de su Pepe. A veces nos decía que seguía esperando a que llegara a comer», relata Luis San Martín, hijo y guardia civil como su padre: «Él no quería que entrara en el cuerpo, pero lo hice como homenaje a su entrega y respeto a lo que significa ese uniforme».

«Mi madre murió soñando con que su marido por fin se presentara a comer; le esperaba como aquel día»

A Luis, que vive en un pueblo muy cercano a Logroño, le llaman Koldo sus amigos moteros y en la mili lo conocían como el 'vasco': «Me enteré del asesinato en Cádiz, en el servicio militar. Ese mismo día, una hora antes de que lo mataran, me llamó por teléfono. Estaba jugando un partido de balonmano y sonó mi nombre por la megafonía. Charlamos un rato y ni por asomo podía imaginar que iba a ser la última vez que escucharía su voz. Después me volvieron a nombrar por los altavoces, algo inaudito. Así que fui corriendo y en la puerta estaba aparcado un vehículo de la Guardia Civil. En ese momento lo vi muy claro. ¡Ya nos ha tocado!».

Luis emprendió un doloroso viaje hasta Bilbao en coche con dos guardias: «Sólo me habían dicho que había sufrido un atentado. Imaginaba lo peor pero me aferraba a que sólo estaba herido. Al llegar a Bilbao de madrugada tras mil kilómetros de tirón no quise ir al Gobierno Civil porque eso significaba que sólo me iba a encontrar con un féretro. Entré en el cuartel de La Salve pero me dijeron que no estaba allí. En ese instante se me desplomó todo el Polo Norte en la cabeza, mi padre estaba muerto. No me salían ni las lágrimas y sólo quería verle. Recuerdo la caja, la bandera echada por encima y un general que me dijo que era mejor que no viera el cadáver. Me lo abrieron y le di un beso, tenía el semblante tranquilo. Era todo como un mal sueño del que quería despertar».

Con el alma destrozada, abandonó Luis el Gobierno Civil hacia la casa cuartel para estar con su madre y el resto de la familia. «Me recibió un compañero antes de entrar al piso y me contó que le habían pegado un tiro. Así me enteré de cómo lo habían asesinado. El panorama era caótico. Mi madre estaba en la cama destrozada, sufría del corazón y había tenido varios infartos. ¡Vamos a salir adelante!, les dije a mi madre y a mi novia Nekane».

Al día siguiente se celebraron los funerales antes de trasladar los restos mortales de José San Martín a El Redal: «Sacaron el féretro por la puerta de atrás de la Delegación del Gobierno. Había cuatro gatos en la conducción del cadáver a la iglesia, y la mayoría eran compañeros de mi padre. Esa sensación de vacío me acompañará toda la vida. Una ciudad tan grande como Bilbao y apenas nadie en el funeral, como si no hubiera pasado nada. Tengo grabada esa soledad a fuego, aquel silencio con el ruido del tráfico como telón de fondo y mi madre totalmente rota. Fue terrible».

ETA había matado a quince personas en los dos primeros meses de aquel año y las órdenes de la cúpula terrorista eran de máxima presión al gobierno de Felipe González, que afrontaba un momento histórico con el escaparate universal de los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina. «Eso lo supimos después», relata Luis, que tomó aquellos días la decisión de seguir los pasos de su padre en la Benemérita y estar lo más informado posible de las pesquisas policiales.

'Gadafi' continúa en prisión tras ser detenido en Tarbes (Francia) en el año 2000 y acumula veinte asesinatos a sus espaldas, entre ellos el de Fabio Moreno, un niño de dos años. «Aquella historia me impactó porque era una familia con la que teníamos mucha relación. Puso la bomba en el coche y estalló cuando iban dos niños en el asiento de atrás de camino a una clase de natación en Erandio. Es complejo explicar lo que sentimos».

Sábanas y uniformes

La familia de José San Martín vivía atenazada por la presión de ETA y su entorno mucho antes del atentado: «Mi madre cuidaba al máximo cualquier detalle para que nadie supiera el trabajo de mi padre. Cuando lavaba los uniformes los tendía envueltos en sábanas para que no se viesen desde la calle. Todo era poco, aunque al principio mi hermano y yo no nos dábamos cuenta. A nuestros profesores jamás les decíamos en qué trabajaba nuestro padre, incluso a los amigos, aprendimos a mentir para defendernos. Era una situación claustrofóbica; vivíamos dos vidas, una en casa y otra en el colegio, en el que algún profesor era proetarra y convertía las clases en verdaderos mítines. Se llegaba a tal extremo, que incluso cuando empecé a salir con Nekane, ahora mi mujer, me las ingeniaba de mil maneras para que no supiera nada, ni el empleo de mi padre ni dónde estaba situada nuestra casa. Se unían las dos cosas, el miedo al rechazo y la autoprotección, una presión que al principio no la sentías pero que poco a poco se iba apoderando de tu vida puesto que cada paso que dabas siempre lo argumentabas con la seguridad».

Tras el asesinato su vida dio un giro corpernicano. «No te acostumbras a nada. Hay por dentro una especie de rabia incontenible que tratas de frenar. Mi madre se puso peor en todos los sentidos; si su salud antes del atentado era delicada, a partir de ese momento se convirtió en precaria». Unas semanas después abandonó la familia el piso de la casa cuartel de Guecho: «No nos echaron, pero no podíamos estar mucho más tiempo allí. Además, se demoraron los papeleos para la pensión de viudedad y el seguro y el Cuerpo le fue haciendo unos pequeños adelantos económicos, que en realidad apenas le llegaban para cubrir las necesidades mínimas de una familia. Siempre he pensado que a la Guardia Civil como entidad le faltó cierta cintura para con su gente. Mi madre lo llevó muy mal; no comprendía la situación y en más de una ocasión se sentía desamparada. Nos vinimos a vivir a Logroño, donde mis padres habían comprado un piso».

Pero las cosas no fueron sencillas, especialmente para su madre, que en enero de 1993 se presentó en el despacho de José Luis Corcuera, entonces ministro del Interior, para reclamarle su pensión y las indemnizaciones: «Mi madre llegó allí con mi mujer. Fue impresionante porque al darse cuenta de quién era se lo dijeron al propio Corcuera, que salió a recibirla en zapatillas de casa y de una forma muy hosca. A mi madre le volvió a dar un infarto. Fue una experiencia sumamente desagradable que le hizo mucho daño moralmente. Cuentas estas cosas ahora y parecen increíbles. Pero ésta ha sido la realidad de muchas víctimas: incomprensión y abandono».

«Soy picoleto»

Luis vivió en primera persona una anécdota muy curiosa con José María Aznar: «Fue en una recepción a familiares de víctimas con otras autoridades del Estado que nos daban una medalla en homenaje. Me tocó la fila del presidente del Gobierno. Me preguntó cuál era mi trabajo; yo le dije bajito que 'picoleto'. Se me quedó mirando con el típico gesto de no me había entendido. Le repetí entonces que era guardia civil. Se puso muy serio y me preguntó que dónde estaba destinado. Le contesté que en el País Vasco. Se quedó un momento en silencio y me dijo que no me preocupara, que íbamos a vencer a ETA».

Y es que Luis cuando acabó su periodo de formación pidió destino en Euskadi: «Es mi tierra. Aquella decisión también me generó alguna historia, sobre todo con mis compañeros. Yo siempre he sido muy discreto con lo que le sucedió a mi padre, pero al final la gente lo va sabiendo y cuando me preguntan se quedan sin palabras, sin saber qué decir». Luis ha vivido también el terrorismo como agente, una perspectiva nueva pero con la que se había familiarizado desde niño: «He estado en situaciones muy duras y creo que todo ese dolor que ha generado ETA no puede caer en saco roto. Me indigna esa especie de 'blanqueo' de un pasado lleno de sangre, violencia y dolor. Con la derogación de la doctrina 'Parot' salió de la cárcel antes de cumplir su condena Javier Martínez Izaguirre».

Después, también abandonaron la prisión Javier Fernández Pérez de Nanclares y su mujer, que se acogieron a la 'Vía Martutene', en la que se pide el arrepentimiento y la petición de perdón a las víctimas: «Pues bien, a nuestra familia nadie nos ha pedido perdón. Ésa es la realidad. Cuando nos enteramos de que salía a la calle mi madre se volvió a poner malísima. Ella no podía perdonar, era incapaz de entender ninguna razón para que le quitaran lo que más amaba en el mundo. Se murió soñando que en cualquier momento su Pepe se iba a presentar a comer».

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