Eduardo Gómez, acodado en la barra de su amigo Mere. Antonio Díaz Uriel

Hasta siempre, Eduardo

La zurda más entrañable de la redacción de LA RIOJA, santo y seña de la vida logroñesa, nos deja a los 89 años

Martes, 16 de noviembre 2021

Querido Eduardo: Escribo tembloroso porque ni me lo creo. Tenías que vernos las caras que se nos han quedado. Llevabas escribiendo en la casa tantos años como tengo yo. Unos 56 y has visto humear desde las rotativas de Martínez Zaporta hasta escribir correos electrónicos. ... Tal era tu pasión por esta casa que incluso me confesaste que pagarías por escribir. De tanto hemos hablado que no sabría ni qué contar. En mi viejo coche nadie ha hecho más kilómetros a mi lado que tú.

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Bueno, hablar, hablar... Te recogía en tu casa y en el semáforo ya estabas roncando. Que las comidas de la Becada pasan factura. Llegaste a esta casa para escribir de fútbol y al final te convertiste en el decano de los periodistas de pelota. No abandonaste tu gusto por la gastronomía y te dejamos un rincón en el que contabas tus cosillas, las cosillas de todos, de esas que están en la calle y acaban interesando a todo el mundo. Esas 'cosillas' que hacías sin ser periodista y que acababan por interesar más que... en fin, Edu, que me enciendo.

Dejas un espacio difícil de llenar. Tanto como los amigos que tienes. En todos los ajos que te metiste y en todas las salsas. En el Berceo, y en la Cofradía del Pez también te van a echar de menos.

Acompañarte en el frontón era como llevar la llave maestra de la instalación. «Hola Eduardo; hola riojano, ¿qué pasa Eduardo?» y momentos estelares con mitos como Gallastegui o Soroa. Y tú, allí, charlando con ellos como si fueran trabajadores de tu fundición, de esa que gobernaban tus hermanos como Eugenio, 'El Bomba' y que te dejaban la dura tarea del cobro de facturas porque claro, tus limitaciones para manejar los tornos eran evidentes. Y tú, feliz por escapar del taller y recorrerte la ciudad. Tenías la excusa perfecta. Tus crónicas las mandabas desde el Adarraga por teléfono. Te habían dejado una máquina de escribir en el 'garigolo' del frontón, esa tronera con ventanuco desde el que se divisa la cancha. Si el teléfono estaba ocupado te venías en taxi para traer la crónica. Y así todos los días del año, que esto del periodismo es como hacer pan. Incluso el día que se te olvidó venir y pensaste que ya nos apañaríamos sin ti te encontraste con Esperanza en la puerta de tu casa para reclamarte el folio.

Cuéntales a los que te encuentres por ahí cómo te hiciste esa herida de guerra. No les digas la verdad. Tú y yo sabemos que fue en el Nilo, en un crucero. Malditos cocodrilos... y no te preocupes. Dile a cualquiera por ahí que te ponga los partidos.

Te quiere: una redacción enterita.

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