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Los voluntarios Elena López (arriba), Leticia Díez (abajo), Ángel Nicolás Rodrigo y Mari Mar García (dcha.). Juan Marín/Sonia Tercero/Sadé Visual
La satisfacción de poder ayudar a quienes lo necesitan
Solidaridad

La satisfacción de poder ayudar a quienes lo necesitan

Cuatro voluntarios riojanos explican los motivos que les llevan a colaborar con el Banco de Alimentos, Cruz Roja, Aspace y el Hospital Imaginario

Martes, 2 de enero 2024, 07:36

Cuatro ejemplos de solidaridad riojana. Ángel Nicolás Rodrigo, Mari Mar García, Leticia Díez y Elena López decidieron adentrarse en el voluntariado y, desde entonces, dedican parte de su tiempo a respaldar de manera altruista a las diferentes entidades sociales de las que forman parte. Cada uno empezó a colaborar por distintos motivos... pero todos coinciden en que les es imposible dejar de hacerlo: todo por la satisfacción que sienten a la hora de ayudar a los demás.

Mari Mar García es de las más veteranas. Empezó como voluntaria en Cruz Roja en 1988 «a través de una de mis amigas, que tenía una tía que, en aquel momento era la responsable del voluntariado de la entidad». En su caso, siempre ha vivido cerca del mundo sanitario. «Mi madre era enfermera y, por aquel entonces, cuando a alguien le pasaba algo, venían a buscarla, por lo que he crecido viendo poner grapas, inyecciones, puntos de sutura...».

Al principio, fue la responsable de acompañar a los mayores «con problemas de soledad» y, al poco, se formó en primeros auxilios y empezó a colaborar «en socorros y emergencias». También puso en marcha el servicio de Teleasistencia y, ahora, «alterno socorros y emergencias con captación de fondos y todo lo que se me precise».

El voluntariado, por tanto, lo supone todo para ella. «Es una parte importante de mi vida. Yo lo miro como algo que la sociedad me da a mí, soy feliz haciendo mis servicios y viendo a los demás felices cuando veo que los puedo ayudar», resalta. Lleva 35 ayudando a los demás y, aunque algunas veces se ha planteado dejarlo... no puede hacerlo. «No es que ayude, es que los demás me ayudan a mí a ser más feliz», concluye.

Cuando Ángel Nicolás Rodrigo se percató de que el Banco de Alimentos de La Rioja necesitaba voluntarios para la Gran Recogida de 2015, no dudó ni un instante en sumarse a la causa. «Leí que necesitaban voluntarios y decidí colaborar. Me di cuenta de que me gustaba lo que estaba haciendo, así que aumenté mi compromiso». Sus experiencias siempre fueron «muy positivas y satisfactorias, al poder ver que puedes devolver a la sociedad lo que esta te ha aportado a ti». «Es una satisfacción poder dar parte de mi tiempo para ayudar al que lo necesita», destaca Rodrigo mientras puntualiza que aunque en el voluntariado también «puede haber momentos menos dulces, al final lo que prevalece es el compromiso». De ahí que seguirá colaborando «hasta que las fuerzas aguanten, porque el voluntariado te termina enganchando».

Leticia Díez hizo su voluntariado el año pasado en Aspace, con tan solo 18 años, y su experiencia no pudo ser mejor. «Tengo recuerdos muy bonitos. Me cambió tanto la perspectiva de ver la vida que lo asumí como una oportunidad para aprender de estas personas tan únicas y especiales. Siento que haciéndolo genero felicidad y paz a la persona usuaria y eso no me lo puede dar otra cosa», resalta. Todo debido, en parte, a que «creamos un ambiente y un vínculo de amistad, de familia, y sobre todo de confianza, que es la parte más bonita y mágica del voluntariado».

Elena López, por su parte, colabora con el Hospital Imaginario desde hace 16 años. «Mi hija Paula tenía una enfermedad de las denominadas 'raras' y estuvo muchos años ingresada. Era una enfermedad degenerativa por lo que, poco a poco, se fue apagando y en uno de los últimos ingresos, no conseguíamos ningún signo de alegría, hasta que una tarde pasó un chico que por arte de magia consiguió que sonriese. Me quedé con la idea de que cuando ella ya no estuviese, iba a intentar sacar las sonrisas de otros niños ingresados». Entonces se atavió con una bata blanca «pintada con grandes dibujos y alegres colores» para tratar de hacer sonreír a los más pequeños. No siempre resultó sencillo, pero según cambiaba de funciones (préstamo de libros, cuenta cuentos...) «y cuantos más días iba, más sentía el enganche que las risas de los niños producían en mí y más me daba cuenta de que para ser voluntario, no hace falta ser un payaso profesional o una maga, cada cual entra a las habitaciones con su personalidad. Lo importante no es el qué se hace, sino desde qué lugar del corazón lo haces. El voluntariado me está dando mucho más de lo que yo doy».

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