El fotógrafo, en la coreografía del partido, está a todas: a cada movimiento, a cada paso, a uno o a dos, a cada carrera, por el centro o por la banda, a cada gesto de cada jugador, a cada flexión, a cada interacción; esto por ... un lado. Por otro, persiguiendo las evoluciones del balón: sus caprichos, sus órbitas. El balón es un satélite que va y baila de mano en mano. Que trata la cancha prácticamente como un planeta cuyo arco traza en cada jugada, en cada vuelo desde el lanzamiento inicial hasta el ocaso de la canasta, de la que resurge en cada turno de vuelta, con una propulsión renovada. Y que hace extraños, como el captado por la cámara, y que demuestra que la jugada y hasta el partido completo se juega también dentro de la cabeza.
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