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8.02. La carrera ayer de dos riojanos en Estafeta. D.N.
La liberación en los 850 metros de adrenalina
Alfaro

La liberación en los 850 metros de adrenalina

Decenas de riojanos acuden cada día a los encierros de San Fermín para regresar después a sus trabajos

Miércoles, 12 de julio 2023, 19:14

Cinco horas y 40 minutos de la mañana. Noche cerrada todavía. «Hoy sí he dormido bien… qué fresquito», saluda Sergio. La plaza de toros de Alfaro es el punto de encuentro. Llegan Ibi y Johny. Hay movimiento de coches de los que fichan a las 6.00. Ellos entrarán a trabajar más tarde. O han cogido vacaciones para disfrutar de una pasión, de un modo de vida para el que les cuesta encontrar una respuesta lógica. Correr cada día los encierros de San Fermín. «Esa pregunta me la hago cada año -ríe Ibi-. Es algo que viene de dentro y no se puede evitar. No hay un porqué lógico». «No sé por qué subo… Salía en Alfaro, comencé a subir con un amigo de Tudela… Te va picando el gusanillo y, año tras año, sale solo», relata Sergio. «Es una herencia de mi padre», dice con emoción Johny. «Yo también corro por mi padre, se lleva dentro -sonríe Omar-. El año pasado dije que no volvía, pero aquí estoy otro año. Las ganas te pueden, quieres más y sueñas con la carrera perfecta». «Muchas veces te planteas qué haces ahí… pero luego es tan grande lo que vives que lo necesitas», describe Chuchi.

Del 7 al 14 de julio apañan el trabajo para estar en las calles de Pamplona. Una hora de ida en coche, unos minutos eternos de espera, unos segundos de carrera y otra hora de vuelta para entrar a trabajar. Johny e Ibi tuvieron vacaciones hasta ayer. Pero la flexibilidad de sus jefes les permite entrar a las 9.30 ó 10.00 y alargar por la tarde. Chuchi, comercial, comenzó a atender llamadas a los minutos de entrar los astados de Jandilla en la plaza.

6.00. «¡Venga, vamos!», arenga Johny. Calculan dónde aparcar. El siguiente encuentro será en la cuesta de Santo Domingo. Chuchi para en Castejón. Café rápido con sus amigos Aitor y Joana, como mandan costumbres convertidas en rituales. «Llevas dos días chupando mucha cámara», le dice uno de la brigada municipal que también calienta la mañana con la cafetera. «¡Y hoy tiene que ser el tercero!», le bromea.

Apuran y a la autopista. Hay que estar antes de las 7.30 en el recorrido. La Policía Municipal impide el paso a partir de esa hora crítica. Al volante, comienzan a acechar los nervios. «Al final, piensas más cosas de las que tienes que pensar», describe Chuchi, con 13 años de carreras.

7.20. El aparcamiento de la Rochapea recibe a los riojanos. A trancos ascienden Santo Domingo. Ya están en el encierro. Se encuentran con los de Arnedo, Pedro, Paco, Óscar… con Víctor, de Autol. Son los minutos eternos. «Ahora es cuando todo se te encoge», aprieta los labios Pedro, que cuando acabe regresará a trabajar al área de Deportes del Ayuntamiento de Arnedo. Trotan, saltan, calientan. Se cuentan impresiones de encierros anteriores. Espantan el miedo como pueden. La tensión que se siente en la cuesta sobrecoge. «Somos los mismos siempre en Santo Domingo. Y estamos todos nerviosos. Son minutos que parecen horas. Luego, cuando trotas al sitio, se te pasa y ya no piensas», cuenta Chuchi. Juntos entonan a las 7.54 el primer cántico al santo. Desde ahí, marchan a coger su sitio. Ibi en primera línea de la cuesta; Johny al Ayuntamiento; el resto, a distintos puntos de Estafeta. Suenan las campanas de las 8.00. Estalla el primer cohete. Y el segundo. Los seis toros de Jandilla están en las calles.

8.10. Es una sensación extraña pero son conscientes de que, tras despedirse, puede que no se encuentren como se habían dejado. El encierro es peligroso. E imprevisible. También muy rápido. Para las 8.03 suena el cohete que indica que los toros están en los corrales de la plaza. Chuchi, Aitor... todos, la primera llamada es a sus mujeres, a sus casas. Están bien, aunque Aitor ha caído.

El punto de reencuentro es al final de Estafeta, en la esquina del bar Fitero. Van llegando todos. Abrazos fuertes y sinceros. «¿Qué tal ha ido?». Chuchi mira al periodista y deja caer sus brazos desprendiendo su cuerpo, desinflándose, dejando salir todos los nervios. Sonríe. Se cuentan rápido los detalles y avatares de cada carrera. «¡Eh, hay que marchar». Más abrazos. Toca el camino inverso.

9.30. Aún en las calles de Pamplona Chuchi atiende llamadas de clientes. Ya en Alfaro, se cambia de ropa. «¿Merecen el esfuerzo esos segundos de adrenalina?». «He pasado una temporada de mucho estrés y cada encierro es una liberación. Es el año que mejor me están viniendo los sanfermines. Cuando termino el encierro, voy más activo a trabajar. Pasas muchos nervios. Pero una vez que has corrido, que todo está bien, el cuerpo se relaja y hay una paz y una tranquilidad indescriptibles. Es una terapia», responde. Hoy vuelven.

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