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¿Cómo se educa al consumidor para que le gusten los bollos menos dulces, las patatas menos saladas y las galletas con menos grasa? La respuesta es larga, pero el resumen corto sería 'no se puede'.
Es decir: probablemente por evolución, los seres humanos ... hemos desarrollado un paladar con apetencia devoradora por aquello que a corto plazo es bueno por su aporte energético, pero que a largo plazo es fatal si se abusa de ello. Y nosotros abusamos a menudo.
Décadas de experiencia nos enseñan que la educación no sirve. La epidemia de obesidad avanza en todo el mundo occidental sin que haya manera de frenarla con consejos e información. Es decir, (casi) todo el mundo sabe que determinados alimentos son malos, pero (casi) todo el mundo sigue comiéndolos.
¿Qué hacer, entonces? Pues es fácil: si no sabemos privarnos de los alimentos que son malos, habrá que hacer que esos alimentos sean menos malos. Lo cual se hace de dos maneras: por ley o por acuerdo con la industria.
Así se entiende el acuerdo que el Gobierno de España alcanzó la semana pasada con unas cuatrocientas empresas (398, exactamente) del sector productor y distribuidor de alimentos y bebidas de España: fabricantes, cadenas de restaurantes, empresas de catering y de vending... No es exagerado calificarlo como histórico, por su alcance: unos 4.000 productos de diferentes categorías reducirán su contenido en sal, azúcar o grasas saturadas. Y el sector de la distribución se compromete a ofrecer esos productos reformulados de manera más visible y preferente.
Es importante que el acuerdo sea con sectores completos, representados por sus patronales, porque en realidad lo acordado es sólo autorregulación. Es decir, si alguien se lo salta, no habrá mayor problema. Y claro, se corre el riesgo de que las galletas 'menos dulces pero mejores' se queden en la estantería en favor de las 'más dulces pero peores'. Porque, lo dicho, así somos.
Específicamente, lo que ha aceptado la patronal tras muchos tiras y aflojas es «mejorar» la formulación de los productos de trece categorías: aperitivos, refrescos, bollería y pastelería, cereales de desayuno infantil, derivados cárnicos, galletas, helados, cremas, zumos de frutas, panes envasados, platos preparados, lácteos y salsas.
Cada producto lleva su regulación específica. Por ejemplo, las patatas fritas reducirán su contenido en sal el 13%. Los aperitivos salados tendrán el 10% menos de grasa, pero por ejemplo las galletas sólo reducirán ese contenido en el 5%. Y es que la industria ha señalado un problema importante: es difícil rebajar el contenido de estos elementos perjudiciales en muchos alimentos porque el proceso de fabricación industrial de los mismos (que hace posible que sean accesibles y baratos) no es posible sin ellos.
Unas reducciones son más ambiciosas, como la de la mayonesa, que perderá el 18% de azúcar añadido (sí, casi todas las mayonesas llevan azúcar). Pero otras se han quedado más reducidas: los refrescos, una fuente importante de azúcar, quedan en su mayoría fuera de este acuerdo, excepto los de sabor a lima-limón. Cierto es que la mayoría de las marcas ofrecen variantes con menos azúcar, por ejemplo.
El acuerdo ha sido bien acogido (la OMS va a introducirlo en su catálogo de buenas prácticas) pero también hay voces críticas. Por ejemplo, la OCU ha señalado que se ha perdido una oportunidad para ser «más ambicioso» en la reducción, que en muchos productos dedicados al mundo infantil se queda en el 5%.
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