Sabe bien el solar de Rodríguez Paterna, 23 lo que son las mudanzas de piel, pero también de uso y espíritu, aunque siempre vinculado al servicio de las personas. En una de las calles históricas de la capital, a mediados del pasado siglo recalaron desde ... Vara de Rey las Religiosas Misioneras del Divino Maestro para formar niñas en un proyecto educativo muy vinculado a la ciudad.
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Y es que la congregación fue fundada por el obispo logroñés Francisco Blanco Nájera, que había nacido en Barriocepo, a unos cientos de metros de Rodríguez Paterna, en el seno de una familia pobre, lo que marcó su vocación de ayuda al menesteroso.
El Divino Maestro vio la luz como un colegio pequeño y sin patio, ubicado frente a otra institución muy logroñesa como el San Bernabé. Pero durante décadas fue muy demandado por los vecinos de la zona, tanto que en el viejo caserón se quedó pequeño a finales de los 60, cuando más de 300 alumnas se hacinaban en sus aulas.
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La congregación comenzó a pensar en una nueva ubicación al sur de la ciudad que, con el paso de los años, se convertiría en una reconocida institución educativa muy próxima al vetusto municipal de Las Gaunas.
Además de por los valores que imprimía a sus alumnas, el Divino Maestro fue conocido en los años 50 por sus belenes vivientes. Diariamente durante la época navideña organizaba representaciones de la Natividad, para solaz de los visitantes (y suponemos que un poco de cansancio de las pequeñas protagonistas).
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Cuando el colegio resultó obsoleto y la mudanza ya era un hecho, llegó la hora de pensar en su nueva utilidad. El 23 de Rodríguez Paterna pasó a propiedad del Ayuntamiento de Logroño que en 1984, tras años de abandono, lo cedió al antiguo Insalud para la construcción de un centro de salud. Hubo que demoler la construcción, debido a su precario estado, y los arquitectos Picabia, Cruz y Cuadrado firmaban el proyecto de un ambulatorio poco vistoso por fuera (y por dentro).
Años de obras que acabaron el 1 de julio de 1988 cuando se inauguró oficialmente, con siete médicos y 19 profesionales más (ATS, auxiliares, administrativos, celadores…) que debían cuidar de 13.000 logroñeses. Los médicos Joaquín Matute, Catalina Serna, María Pilar García, Eliseo Martínez, Javier Narro, Concepción Berzal y Carmelo Vaquero y las pediatras Nieves Martínez y María Méndez fueron los primeros en abrir sus consultas.
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Además de curar, el Rodríguez Paterna debía servir de motor en la recuperación del Casco Antiguo, pese a que buena parte de sus usuarios pertenecían a calles acomodadas de la ciudad. En las salas de espera se mezclaban pobreza y riqueza, heroína y herencias, tejanos y pieles.
Durante más de 35 años, el ambulatorio también ha servido para crear comunidad, con algunos médicos vinculados durante décadas al servicio de Atención Primaria. Pero sus instalaciones pedían a gritos una reforma. La Villanueva tomará el relevo y el Rodríguez Paterna continuará con una marcada vocación sanitaria, aunque ahora centrada exclusivamente en la salud mental.
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