'La carga de la Brigada Ligera en Balaclava', grabado de William Simpson.

La Rioja que vino

«Las heridas que no se ven son las más profundas», William Shakespeare (Soneto)

Jorge Alacid

Logroño

Domingo, 6 de diciembre 2020, 08:34

Gracias a su triunfo electoral, Juan Carlos Ayala ya pilota desde el Rectorado la singladura de la Universidad de La Rioja, en medio de una diabólica coyuntura. De la crisis del coronavirus no había noticia por supuesto en los albores del siglo, cuando el nuevo ... rector se ocupó de redactar un ambicioso programa de medidas llamado La Rioja 2020, una suerte de promisorio neomapa regional (La Rioja que venía) hacia el cual debían dirigir sus esfuerzos tanto la Administración (dirigida entonces por el PP de Pedro Sanz) como la iniciativa privada con un objetivo confeso, muy ambicioso: el tipo de propósitos que reclama en efecto un consenso muy generalizado.

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Se trataba de situar a La Rioja en el escogido club de los territorios europeos que presentaran mejores credenciales para atraer inversiones, fortalecer el conocimiento entre sus administrados, captar talento foráneo... Con Ayala firmaba aquel documento, un encargo del Gobierno a través de la Consejería que comandaba Javier Erro, el hoy titular de Desarrollo Autonómico, José Ignacio Castresana. Era desde luego muy difícil que nadie pudiera presagiar que el 2020 sorprendiera a ambos redactores de aquel plan en sus respectivos y actuales puestos. E imposible adivinar que ese horizonte que hoy habita entre nosotros llegara entre las tinieblas que nos rodean.

Ese documento incluía el tipo de florida poesía que a nada compromete y también caracteriza a otros encargos semejantes, pero su prosa parecía bastante razonable. «La Rioja posee una economía diversificada, de base industrial, agroalimentaria y, especialmente, de servicios», señalaba, antes de atacar la médula del problema: «En la distribución por renta de las regiones españolas se encuentra por encima de la media del conjunto, pero le está costando mantener y ampliar dicha ventaja ante el empuje de otras regiones que han experimentado un mayor dinamismo». Este paisaje que dibujaban los autores del escrito quedaba apuntalado además por una serie de datos, los grandes ausentes demasiadas veces en el análisis científico. A saber: en el ranking europeo de regiones, compuesto por 271 economías territoriales con un grado muy diverso de desarrollo, La Rioja ocupaba en el 2007 el puesto 76, «en un cómodo primer tercio de la distribución y al mismo nivel que regiones como Piamonte en Italia, Sydanmark en Dinamarca o Hannover en Alemania».

¿Por qué entonces tomarse la molestia de cartografiar el porvenir, si apenas se vislumbraban nubarrones en el horizonte? Porque quienes ocupaban el Palacete en la primera década del siglo pensaron que sólo se mejora aquello que se mide. Y que puesto que ese sitio en el orden regional paneuropeo, siendo meritorio, se podía perfeccionar, convenía contar con los adecuados instrumentos de navegación. La nave, por seguir con las metáforas náuticas, acabó sin embargo encallando. Entre sus queridos rivales, así en la universidad como en la política, se achaca al dúo Ayala-Castresana inoperancia en la gestión de La Rioja 2020, cuestión que los aludidos evitan responder aunque de sus silencios se deduce más bien que el declive que experimenta La Rioja en esa misma comparativa europea obedece a todo lo contrario: que los sucesores de Sanz (y no señalo a nadie pero usted ya me entiende) carecieron del brío necesario para administrar al paciente el tratamiento que ellos sugerían. Y que de ahí el feo estado que presenta hoy ese preciado bien común: La Rioja del 2020. Virus aparte.

De donde se desprende otra derivada: que como hoy los arquitectos de aquel documento ocupan cargos de alta responsabilidad, nada debería impedir que las sugerencias contenidas en su plan al fin cristalicen. La Rioja, que aspiraba a escalar este año hasta las mejores 60 regiones europeas, ocupa un triste puesto: el 118. Sinónimo de atonía. De la cual escapará no solo cumpliendo como un buen feligrés los mandatos de otro documento semejante que apunte hacia el 2030, por ejemplo, sino acertando por fin con la estrategia adecuada, inspirada tal vez en la literatura militar. Véase el caso del historiador británico Basil L. Hart, autor del volumen 'La estrategia de la aproximación indirecta', que se estudia en las escuelas de negocio y en alguna rama de las Ciencias Políticas, Vaticano incluido, como un manual que alguna enseñanza aporta en tantos ámbitos de la vida. «El asalto de una nueva idea provoca una resistencia empecinada, dificultando así la producción de un cambio de miras», explica. Y añade: «La persuasión se obtiene de un modo más fácil y más rápido por la infiltración subrepticia de una nueva idea o por un argumento que hace girar el flanco de la oposición instintiva».

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Ocurre que Hart era hijo de la derrota sufrida por el Ejército inglés en la guerra de Crimea, la legendaria batalla de Balaclava donde sus tropas sucumbieron víctimas de un pecado común a todas las escalas: falló la comunicación entre líneas. La clase de errores que La Rioja no puede permitirse.

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