El retablo de Ezcaray resucita en Los Ángeles

A la hora de la misa dominical, mientras el arzobispo de Los Ángeles, José Horacio Gómez, predica en el altar mayor, algunos visitantes recorren las naves laterales del templo y se hacen fotos junto al retablo. Casi nadie repara en la placa que relata la historia de una pieza creada en algún momento del siglo XVII, más de cien años antes de la fundación de la ciudad en la que hoy reside. En un país en el que todo es nuevo, lo antiguo resulta de pronto sorprendente, extraño y fotogénico.

La placa informativa contiene, sin embargo, un error de bulto: asegura que el oratorio ezcarayense de San Felipe Neri, que se ubicaba detrás del restaurante Echaurren, fue desmantelado en 1925 «después de sufrir daños durante la Guerra Civil española». En realidad, la ermita desapareció once años antes de que se pegara el primer tiro de la contienda, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Al parecer el retablo ezcarayense fue vendido entonces por la familia Payueta, propietaria de la capilla, a un anticuario barcelonés. Luego, a través de un marchante de arte de Nueva York, fue adquirido por Raymond Gould, un coleccionista privado de Pasadena (California).

En 1934, Gould lo donó a la archidiócesis angelina. En 1941 acabó ocupando un lugar en la Misión San Fernando, un edificio colonial fundado por los españoles en 1797. Tras la restauración efectuada por la artista local Judy Serberoli, en 1952 fue reubicado en la capilla de los estudiantes del Seminario de Los Ángeles.

Cuando se proyectó la construcción del nuevo templo, la archidiócesis decidió instalar definitivamente el retablo de Ezcaray en una nave de la catedral, junto con otras obras de arte (antiguas y modernas) que se ubican en las capillas diseñadas por Moneo. Para su instalación se contó con una ayuda del Paul Getty Trust y se le aplicó un nuevo tratamiento de conservación, a cargo de John Griswold. El costo de la limpieza ascendió a 143.000 dólares. El conservador del Museo Getty, Brian Considine, destacó su buen estado: «Lo sobresaliente de este retablo es su vitalidad. Necesitó muy poca restauración, así que mantiene toda su frescura».

La intervención se centró en asegurar los elementos escultóricos con sujecciones contra los terremotos, estabilizar las partes más deterioradas y recuperar áreas perdidas de dorados y de pinturas. Hoy, encajado casi milimétricamente contra el muro posterior de la catedral, luce buen aspecto y aporta un venerable toque de barroco riojano -con sus columnas salomónicas, sus racimos de uva y sus santos de expresión patética- a una iglesia joven de una ciudad joven.