-¿Qué hipótesis baraja sobre el desencadenante del 'brexit'?
-Ésta es una de mis hipótesis: la sociedad británica se ha enfrentado consigo misma y parte de ella culpa a la Unión Europea de sus problemas internos. En realidad, el movimiento Brexit ha sido alimentado por una constelación de factores, entre los que cabe destacar: la hostilidad hacia los inmigrantes, acrecentada por la crisis migratoria en las costas de Europa; la nostalgia (en parte supremacista) de siglos de imperio soberano; el resurgimiento del nacionalismo inglés; la división entre las grandes ciudades y el resto; las divergencias generacionales; unos niveles inaceptables de desigualdad y desapego social; un desdén por los pobres y los desfavorecidos... Como telón de fondo están la crisis financiera global y la propaganda anti-europea.
-¿Existe alguna perspectiva histórica que justique la ruptura?
-El apego humano es una poderosa fuerza instintiva que evoluciona desde el grupo familiar a configuraciones grupales gradualmente más complejas y sofisticadas. Desde una perspectiva histórica, tanto geopolítica como cultural y religiosa, Reino Unido es una parte integral de Europa. Sin embargo, el político y autor británico Nick Clegg ha planteado que, a través de los siglos, se ha configurado una actitud «distante» y ambivalente de Inglaterra hacia el continente europeo. Esta ambivalencia y este deseo de «separación» son rasgos del carácter inglés. Podemos remontarnos al rey Enrique VIII quien, para divorciarse de Catalina de Aragón hace casi 500 años, desafió la autoridad del Papa y estableció la iglesia anglicana. Algunos ven a Boris Johnson como un «sucedáneo« de Enrique VIII.
-¿Nos puede hablar de algún caso concreto que haya atendido en su consulta?
-Un caso que me viene a la cabeza (que es algo extremo pero que puede ilustrar ese arraigado perfil histórico) es el de un paciente inglés. Hace poco me escribió: «Dr Ezquerro, si no abandonamos la Unión Europea, la democracia está muerta en este país. Si nos quedamos, seremos parte de los Estados Unidos de Europa. ¿Qué pasará entonces con nuestra familia real? Si Europa quisiese reconocer a nuestra Reina como la cabeza visible de Europa, entonces, y sólo entonces, pensaré en ser parte de la Unión Europea. Si fuera necesario, estaría dispuesto a tomar las armas para mantener nuestra libertad».
-¿Sensatez o locura? ¿Cuál es su respuesta?
-Desde el punto de vista de la evolución de la especie humana, creo que el 'brexit' es un retroceso, una involución. La Unión Europea, con todos sus defectos, representa el proyecto de colaboración grupal más ambicioso del planeta hasta la fecha. Entre otras cosas se ha conseguido que, tras milenios de conflictos bélicos en Europa, no haya vuelto a haber una guerra entre los estados miembros. Respecto a la calidad democrática del referéndum, hay dudas legítimas sobre el diseño del electorado. A casi 10 millones de ciudadanos se les negó el derecho a decidir sobre su futuro. Decir que el 52% de la sociedad británica apoyó el 'brexit' es engañoso. Esa cifra corresponde únicamente al 37% de aquellos a quienes arbitrariamente se les permitió votar, y tan sólo representa al 30% de todos los adultos que viven en el país y al 26% de la población (de los 66 millones de habitantes, apenas 17 millones votaron Brexit). Las mujeres, que en general son más sensatas que los hombres, y los jóvenes votaron a favor de la permanencia.
-¿El conflicto generado ha afectado a la salud mental de los extranjeros, y más concretamente de los españoles?
-Parte del problema es que no se preguntó por el tipo de salida. Esta indefinición ha generado mucha incertidumbre, la cual está afectando sobre todo a los ciudadanos europeos que llevan menos tiempo viviendo en Reino Unido (incluidos los españoles). Un grupo especialmente vulnerable es el de los inmigrantes que han venido de la Europa del Este. También está siendo afectada la salud mental de los políticos ingleses, sobre todo de los parlamentarios que llevan 3 años largos sin ponerse de acuerdo. Los problemas más comunes son ansiedad y depresión. Un caso llamativo es el del propio David Cameron, quien en una entrevista reciente confesó que ha estado «muy, muy deprimido».
-Usted llegó a la capital inglesa cuando España no estaba incorporada a la Unión Europea y pronto se encontró con la etiqueta de extranjero. ¿Cree que se puede volver a vivir una situación similar?
-Llegué a Londres en 1983 para hacer la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil inexistente entonces en España, país que entró en la Unión Europea en 1986 pero cuyos derechos no fueron plenamente efectivos hasta el final del periodo transitorio en 1992. Tuve que abrirme camino como un foráneo más. Los primeros años fueron difíciles; mi conocimiento del inglés era básico porque mi segundo idioma era el francés, que estudié en el colegio. Creo que el reconocimiento y la aceptación llegaron después de haber trabajado duro como médico en formación, y de haber mostrado un compromiso con la salud mental de mis pacientes. Ellos captaban que yo quería ayudarles con mis limitaciones lingüísticas y me hablaban despacio, lo cual les relajaba... A mí el 'brexit' ya no me puede quitar lo bailado, pero las nuevas generaciones pueden verse afectadas.
-¿Desde que comenzó el debate ha percibido un cambio de actitud hacia usted por ser español?
-Personalmente hacia mí, no. Pero, por parte de una minoría de ingleses, sí he visto un recrudecimiento de actitudes xenófobas; no tanto hacia españoles como hacia ciudadanos de los países que estuvieron al otro lado del telón de acero (en particular Polonia, Bulgaria y Rumania).
-¿Cómo es el carácter inglés? ¿Tienen merecida la fama de fríos y reservados?
-Dentro del conjunto de la sociedad británica, el estereotipo de ser fríos y reservados corresponde a los ingleses (los escoceses, los galeses y los norirlandeses son más cálidos y cercanos). Hay un dicho popular que comenzó a usarse hace 4 siglos y que habla por sí solo: «la casa de un inglés es su castillo». En general, los ingleses son introvertidos, disciplinados, bien organizados y respetuosos (y no aparcan en doble fila), aunque también pueden ser excesivamente rígidos, calculadores y ambiguos. Los franceses y los españoles son más imaginativos, amigables, extrovertidos y espontáneos (y se interrumpen con más frecuencia en los debates televisivos). No me parece útil el concepto de «incompatibilidad de caracteres», pero sí es cierto que a algunas personas les cuesta más que a otras tolerar e integrar las diferencias.
-¿Se vive un conflicto de identidad como en España? Cataluña, País Vasco....
Sí, aunque con realidades y matices diferentes. El apego «identitario» puede ser incluyente o excluyente. En el excluyente hay más riesgo de conflicto.
-¿Qué escenario vislumbra con la salida de la Unión Europea?
-Ésta es la pregunta del millón. Pase lo que pase vamos a tener debate para largo. Si hubiese un segundo referéndum seguramente ganaría la permanencia. Sin embargo, hay políticos británicos que antes querían permanecer en la Unión Europea pero que ahora apoyan una salida parcial o Brexit «blando» sin que haya una nueva consulta, para evitar que continúe el conflicto social.
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