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Estos días no paro de pensar en Pilar Salarrullana. Hace unos días, quizá lo vieran, publicábamos por aquí un poema con mucha retranca que la propia política riojana escribió a principios de los 90, cuando se disponía a acometer la primera peatonalización de Logroño. Las ... Cien Tiendas, recordarán. Y bromeaba con lo que le decían por aquél entonces. De todo menos bonita, sí.
De Salarrullana paso a veces a Gerardo Cuadra. Un arquitecto de su siglo, que cometió la osadía de creer que cuando uno hace iglesias o interviene en ellas hay que usar el lenguaje de la era en que uno vive. De todo menos bonito, también. Ni ser cura le salvó de la granizada de insultos.
Probablemente hubieran sido más felices de otra manera. Pero era lo que creían que debían hacer. Por eso Salarrullana y Cuadra están en mi santoral particular hace décadas. Ambos tuvieron el cuajo del que carecen la mayoría de quienes se exponen en público, y siguieron adelante pese a tantos peses.
Hay en el equipo de Hermoso de Mendoza algo de ese empecinamiento en lo que uno cree. Pese a que, si uno tuviera que hacer ahora mismo una predicción, ese empecinamiento probablemente acabe haciéndoles perder el Ayuntamiento. Pero es al menos refrescante, viendo los últimos lustros municipales, un equipo de gobierno con una idea de ciudad. No es una idea perfecta, pero es defendible, claramente en línea con lo que se está haciendo en las ciudades de todo el mundo civilizado. Y con esa idea morirán si es preciso, porque parecen inmunes a la cercanía electoral. Ahí estaba el concejal, hace dos días, diciendo que quería que San Antón quede como ha quedado Fundición. Lo más cercano a echar gasolina al fuego que se me ocurre ahora mismo.
El otro día un montón de representantes de la patronal riojana, en algo que es sospechosamente parecido a un acto de precampaña, cargaron en grupo (aunque unos más y otros menos) contra el gobierno municipal. Disfrazaron sus críticas de petición de «consenso». En estos temas, esa palabra equivale a inmovilismo. Que es lo que pide, por ejemplo, quien cree que la salvación del comercio depende de la cantidad de coches que pasen por delante. Ignorando el hecho bastante innegable de que el comercio, con coches o sin ellos, en una u otra ciudad, sufre igual por el embate de una amenaza que llega precisamente en furgoneta, y que se llama internet.
El consenso de la ciudad también era partidario, lo recuerdo perfectamente, de cargarse los restos del Puente de Piedra para hacer un túnel para coches. Ahora tenemos túnel. Restos históricos, pues no.
Y no, no es un modelo perfecto el de este Ayuntamiento. No entiendo por ejemplo cómo, en este modelo que defiende una ciudad compacta, se puede defender levantar 2.000 viviendas en el sur profundo. Pero a falta de otra alternativa (que no veo) prefiero la idea a un «consenso» que es sólo palabra.
Después de cinco días de juicio, y siempre a la espera de un veredicto, parece meridianamente claro para cualquiera que Francisco Javier Almeida mató al pobre Álex después de llevárselo del parque con engaños o a la fuerza para abusar sexualmente de él. No está siendo, nadie lo esperaba, un juicio agradable. No lo fue oír por fin la voz extraña de ese extraño hombre, balbuceando excusas sin sentido o justificaciones insostenibles. No lo fue escuchar a los forenses, con esa extraña voz profesoral que se les pone, desgranar detalles de una pesadilla que nadie podía imaginar, al menos hasta ahora. No fue nada agradable oír al padre de Álex romperse al describir su propia vida rota.
Pero desagradable y todo, el ejercicio de asistir al juicio de este horrible caso sirve para asomarse a una esquina de la mente humana que, aunque uno preferiría que no existiera, lo cierto es que está ahí. Hay gente mala, capaz de subordinar cualquier cosa a sus puros deseos. Almeida es un extremo, otros hay por ahí más de andar por casa. Sólo la esperanza de que la mayoría no es así nos permite vivir juntos. Pero qué miedo. Y qué pena.
Nos cuenta Diego Marín que unos esforzados van a abrir una pescadería en Torrecilla. Qué tiempos estos, en los que eso es una noticia. Porque hacía lustros que no había algo así, que cualquiera da por descontando, en la sierra riojana. Pero ahí están ellos, dispuestos a intentarlo, furgoneta y reparto incluido.
No sé si encontrarán negocio donde nadie lo ha visto durante tanto tiempo. Ojalá sea así, les deseo. Aunque solo sea por las ganas de hacer que funcione algo lejos de lo común y en un sitio que se vacía. Al final, cualquier pequeño triunfo en nuestros pueblos es una victoria para todos.
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