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Viernes, 11 de diciembre 2020
Al abrir la página del calendario dedicada al mes de febrero, se encontrará con una fotografía en la que aparecen unas viñas de cepas retorcidas y desnudas. Son plantas duras, severas, esquemáticas. Se tienden sobre un terreno abrupto y ceniciento. Por los huecos de la imagen se cuela incluso el frío; ese frío hostil de febrero que traspasa los abrigos y hiela los huesos. Al lado de las viñas, en los caminos, hay plantados unos almendros. Los almendros son unos vigías excelentes: anticipan la llegada de la primavera con los primeros vientos tibios y entonces deciden, desafiantes, vestirse de blanco. De pronto se sienten alegres e ibicencos, optimistas. Ni siquiera les arredra el cierzo: saben que se acerca, inexorable, el renacimiento y que la muerte ha sido de nuevo derrotada.
Sin embargo, las cepas, ahí abajo, siguen ensimismadas, atrapadas en un invierno feroz cuyo final todavía no son capaces de imaginar.
Cuando arroje a la papelera -con furia y determinación- la última hoja del año 2020 y cuelgue en su lugar el calendario del año 2021, piense que, aunque las viñas continúan ofuscadas en un mundo sin esperanza, los almendros, que son capaces de ver más allá del frío y de los temporales, más allá incluso de los virus, están a punto de florecer.
Diario LA RIOJA ofrecerá mañana a sus lectores, gratis con su ejemplar dominical, el calendario del año 2021, patrocinado por Hyundai. Las fotografías de Justo Rodríguez ofrecen un recorrido esperanzado por doce meses llenos aún de incertidumbre, pero también de optimismo. Entre los churretones helados que se descuelgan lánguidamente de un caserón en Villoslada (enero) y la lejana estampa nevada de los picos de la Demanda (diciembre), probablemente el coronavirus haya dejado de ser la amenaza letal y acuciante que todavía es y la vida haya ido poco a poco recuperando su normalidad, como esos ríos que se desbordan impetuosos con la llegada de la primavera y que luego, sin prisa, dejándolo todo perdido de barro y de maleza, van recuperando su caudal. De esta crisis quizá no salgamos más fuertes ni mejores; nos bastaría con salir, a secas, y recuperar esas antiguas coreografías que de repente nos parecen heréticas: los abrazos, los besos, los viajes, las barras selváticas de los bares, los pinchos en la calle, el cine, los conciertos...
Todo eso queda apuntado en las agendas del año que viene, a la espera de que un día perdamos el miedo: quién sabe si en octubre podremos pasear a cara descubierta por los Sotos de Alfaro o si en julio estaremos admirando la elegancia atlántica de los miradores de Haro mientras hacemos planes para ir luego -joviales y arracimados- de pinchos por la Herradura. El año 2020 nos ha revelado cruelmente nuestra fragilidad y nos ha enseñado a no hacer planes, pero no debe sumirnos por completo en el pesimismo. A la espera de que vengan las vacunas o de que se encuentre algún tratamiento eficaz o de que el virus se desinfle por alguna mutación benéfica, a la espera, en fin, de que acabe este desbarajuste, tranquiliza saber que el mundo sigue ahí, sólido e imperturbable: los ríos, las praderas, los monumentos, las huertas, los atardeceres... El calendario de 2021 nos lo recuerda. Cuando lo despliegue, piense que detrás de cada hoja, de cada fotografía, de cada uno de esos 365 días puede esconderse la victoria.
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