Pocas veces le es concedido a la clase periodística el privilegio de asistir en directo al pugilato protagonizado por todos esos adversarios que, alineados en facciones enfrentadas, rivalizan dentro del mismo partido por el control del poder, mediante una severa dosis de ensañamiento que coquetea ... con las tácticas de puro exterminio (político). Pero en La Rioja tenemos suerte: fruto de su contenido tamaño, es posible presenciar semejante función en tiempo real, que diría Sara Alba, y sin tener que recorrer demasiados metros. Ocurrió en el PP durante los cuatro años de mandato en el Palacete de José Ignacio Ceniceros, cuando volaban las dagas florentinas y las navajas cabriteras porque estaba en juego no solo el trono del Palacete, sino el mando orgánico. Y había detrás de aquel aquelarre las viejas historias de traiciones, deslealtades y venganzas que hoy también envenenan las relaciones en el seno del PSOE, con un acusado componente personal que termina por dañar toda posibilidad de tregua. Donde vale para explicar sus avatares recientes, y los que se anuncian, aquella máxima sobre los Balcanes que ayudaba a entender el conflicto eterno que protagonizan los vecinos de ese rincón de Europa: demasiada historia encerrada en demasiado poco espacio.
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El resultado de aquella quiebra que aún atenaza al PP riojano y prolongará su atonía al menos un año, el que resta para el relevo de Ceniceros, se observó en la escasa producción legislativa del último Gobierno del PP, en la falta de pulso político observado en el Parlamento y en la mejorable secuencia estadística de datos macroeconómicos. Natural por lo tanto el triunfo subsiguiente del PSOE en las elecciones de mayo del año pasado: a sus méritos propios (que alguno reuniría el dúo entonces tan sólido Andreu-Ocón) se añadió una favorable coyuntura nacional y ese endemoniado clima que sufrían sus principales rivales. Quedan (en teoría) tres años para visitar de nuevo las urnas pero el resultado del cisma socialista se puede profetizar en los mismos términos: una ola que impulse las siglas del PP desde Génova, seguida de una renovación interna que mejore la calidad y atractivo de sus candidatos, pueden devolver a los sucesores de Ceniceros el mando en La Rioja si a esa cita llegan los socialistas tan divididos como están ahora. O tal vez todavía más enfrentados: las pasiones seguirán encendidas al menos hasta que en el otoño del 2021 acudan a su congreso regional, primarias mediante. Con los antiguos aliados convertidos en adversarios nada cordiales.
Y mientras, como en la legislatura precedente, el buen gobierno de La Rioja seguirá en entredicho. En medio de una feroz coyuntura, las variables de la actividad económica reflejan un porvenir tan preocupante como el inquietante presente que afronta la región. Los grandes proyectos que vertebraban el discurso con que hace un año Andreu sacó adelante su investidura han quedado aparcados ante la prioridad de dedicar los principales esfuerzos a combatir la pandemia... y al enemigo interior, una encrucijada donde se solapan dos auténticos dramas para los cuales no parece haber hueco en la agenda gubernamental: el triste adiós a todos esos mayores que se han ido estos días en silencio, en medio de un dolor infinito que impide reconocer como se merece a la generación que levantó un país entero durante tiempos muy oscuros, y el sombrío futuro que aguarda a sus nietos, la quinta de los llamados milenials. Para quienes se adivinan años y años sumidos en el triste pozo de la precariedad infinita. Para quienes no hay respuesta en el Palacete.
Porque en la actual crisis ocurre una circunstancia observable también en el anterior mandato: que lejos de conducir a una tormenta de ideas, a la ebullición y puesta en marcha de proyectos que reanimen el comatoso estado de la región, el barrullo interno del partido en el poder conduce a la pasividad del Gobierno. El debate presupuestario se alarga, a la espera de que Moncloa fije el techo de gasto, y por lo tanto La Rioja carece de la principal certeza de la actividad pública: la brújula que guíe la potencial recuperación y dote de sentido a la acción de Gobierno, al que aguarda un viacrucis parlamentario en forma de enmiendas allí donde Ocón y los suyos se han enrocado, en el Legislativo. Mientras, Henar Moreno afila la guadaña, el titular de Hacienda emula a Gary Cooper en aquella célebre película y unos cuantos de sus compañeros se abandonan a la opacidad.
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En otra legendaria cinta, 'El tercer hombre', el guion incluía una línea de diálogo que ha pasado a la historia: esa frase según la cual en los tormentosos años del Renacimiento, Italia fue capaz entre intrigas también muy ricas en cuchillos y puñales de dejarnos como herencia a un Rafael, un Miguel Ángel, un Leonardo y otras eminencias. ¿Qué alumbró la plácida Suiza para el mundo en esos mismos años? El reloj de cuco. Puede valer la cita para dibujar el paisaje riojano de estos últimos años: el fruto de todas estas riñas tan acres es la inanidad. La irrelevancia. Pero, el tiempo avanza y los relojes de cuco, de arena o digitales siguen parados, aguardando que suceda algo. Hay alguna conquista, no obstante, pero que sólo beneficia a los actores de este culebrón: la certeza de que en toda riña política gana siempre el que se aferra al BOR. Es el caso de Andreu, aunque su victoria apunta más bien al largo plazo. En el corto, triunfa su oponente, que cuenta con la opinión pública (o la publicada) a su favor, porque abandera el estatus de la víctima. Y la víctima, como nos acaba de advertir el intelectual italiano Daniel Giglioli, es el héroe de nuestro tiempo. El tiempo del victimismo.
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