PÍO GARCÍA
Domingo, 13 de junio 2021, 02:00
Ha tenido que llegar el VCentenario del Sitio de Logroño (todo con mayúsculas) para darnos cuenta de que aquí no hubo tanta hambre ni tanta épica y de que el reparto del pan y del pez es una cosa modernilla, de hace un siglo, que ... un buen día ascendió a la brumosa categoría de «tradición inmemorial». Pero la realidad nunca es marmórea y maciza, como pretenden las leyendas, sino confusa, retorcida y embarrada.
Publicidad
Mucha gente quizá se haya llevado una desilusión al comprobar que ni Asparrot era tan fiero ni los logroñeses tan heroicos, pero no es mi caso. No hay que tomarse las tradiciones demasiado en serio. Por desgracia, hemos entrado en una época neorromántica en la que se vuelven a llevar las liturgias medievalizantes, los medallones conmemorativos y las banderas, así que conviene estar en guardia para que no nos cuelen gato por libre. El estado autonómico ha traído grandes avances, pero también un reverdecer de los mitos locales que son hábilmente distorsionados por los políticos para construir sus palacetes en mármol de Carrara, pretendiendo que sus nacioncillas, en lugar de oscuras creaciones artificiales, son entes naturales e inmutables surgidos nada más separarse los continentes. Ahí tienen ustedes a Pere Aragonès, recientemente investido como el «132 president» de la Generalitat de Catalunya, como si hubiese un nexo de unión, más allá del puro folclore, entre la Generalitat de hoy y la institución medieval del mismo nombre, presidida por un cura, que se dedicaba a recaudar impuestos para las arcas reales. Claro que queda muy pintón plantarse en Nueva York, como hizo Artur Mas hace unos años, y alardear de que Catalunya había tenido muchos más presidentes que Estados Unidos, que entonces solo iba por el número 44 (Barack Obama). Me imagino a don Obama estupefacto, cuchicheando al oído de su mujer:
– Oh, Michelle, querida. ¿Has oído al señor Mas? Qué contrariedad. Cómo me hubiera gustado ser presidente de un país antiguo e importante, como Catalunya, y no de este nuestro, tan inmaduro y juvenil. ¡Qué suerte tienen algunos!
En un libro muy recomendable, La invención de la tradición, el historiador británico Eric Hobsbawm advierte en contra de la tentación de creernos a pies juntillas todas estas monsergas nacionalistas. En este terreno, Franco se despachó a gusto, convirtiendo meras escaramuzas como la batalla de Clavijo en rancios y sonoros depósitos espirituales, engordando victorias y olvidando derrotas, glorificando hasta el rubor una Reconquista falseada y hablando de no se qué unidades de destinos en lo universal, que es un eslogan tan abultado que solo pudo ocurrírsele a alguien muy puesto de tripis.
Pero estas cosas no solo pasan en España y sus diecisiete españitas. En el libro de Hobsbawn se incluye un capítulo, elaborado por otro gran historiador británico, Hugh Trevor-Roper, en el que se desmontan todos esos mitos escoceses que ahora nos parecen profundamente arcaicos, casi telúricos. Resulta que en la Edad Media ni tocaban la gaita ni se ponían falditas de cuadros ni eran rebeldes irreductibles. Todo eso son inventos muy posteriores, alguno de los cuales puede datarse con sorprendente precisión. El celebérrimo kilt, que con tanta elegancia lucía en las bodas reales Felipe de Edimburgo, se lo inventó hacia 1730 Thomas Rawlison, un empresario cuáquero inglés, para que los operarios de las highlands, que andaban por el monte medio en pelotas y ni siquiera podían permitirse unos pantalones, trabajasen en las fábricas con cierta comodidad y algún decoro. Lo demás son novelitas de Walter Scott.
Publicidad
El otro día me sorprendí leyendo en Twitter cómo algunos usuarios se burlaban de la bandera de La Rioja por ser «inventada», como si las demás las hubiera llevado Adán en una maletita cuando fue expulsado del paraíso. Baste recordar que la primera ikurriña la dibujó en 1894 Luis Arana Goiri, hermano de Sabino, que ideó una especie de Union Jack para daltónicos y que en su origen solo aspiraba a ser el pendón de Vizcaya. La bandera española es un poco anterior, de 1785, obra de Antonio Valdés y Fernández Bazán, un marino cuya familia procedía de Fuenmayor.
Así que no se disguste si, al leer la novela de Marcelino Izquierdo o el libro editado por el IER y coordinado por Diego Téllez, descubre que el Sitio de Logroño no fue tan heroico y singular como había imaginado. Y tampoco se preocupe si lo del pan y el pez no se remonta exactamente al reinado de Carolo. Disfrútelo si le apetece y recuerde que no suele haber tradiciones inmemoriales, sino ganas más o menos interesadas de que perdamos la memoria.
¡Oferta 136 Aniversario!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.