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A veces las personas se van para siempre y las estrellas están demasiado lejos para pensar que estas se encuentran allí. Entonces hay que buscar un lugar más cercano donde poder encontrarnos con ellas y ayer ese sitio fue el patio de las 'pistas rojas' ... del colegio González Gallarza. El mismo donde todos los rinconeros han dado sus primeras patadas a un balón, el mismo donde Hugo y Aitana, los niños que fallecieron el pasado martes en el accidente de la N-232 en Calahorra, jugaban cada mañana sobre el mediodía con sus compañeros de clase.
Allí toda la comunidad educativa quiso rendirles un pequeño pero emotivo homenaje. «Ojalá nos juntásemos todos para algo más alegre, pero hoy es un día triste». Así comenzaba Silvia Abad, directora del centro, el pequeño pero emotivo acto.
Como si de una foto fija se tratase, quietud absoluta y silencio, un día más. Un silencio que sólo se veía interrumpido por el llanto de algún pequeño. Nadie pudo reprimir las lágrimas y nadie quiso hacerlo porque todo es demasiado cercano; todo, demasiado duro. «Aquí quien no es familiar, es amigo o vecino o jugaba con ellos al fútbol, en el parque», decía una de las profesoras del centro, mientras otra intentaba consolar a una chiquitina que no podía reprimir el llanto. Y como duro y cercano que era, así se sintió y se lloró en el González Gallarza.
Con la voz entrecortada, una joven de Secundaria logró leer un pequeño cuento que resaltaba que mientras alguien permanece en el recuerdo de una persona, ésta nunca muere.
Después, llegaron las cartas de sus compañeros de clase, niños de nueve y diez años que expresaron todo lo que llevaban dentro. «Eras un gran amigo, siempre estabas para ayudar a todos, ojalá pudiésemos hacer algo para que nunca hubiese pasado esto», leyó uno de ellos. «Ayer escribimos tu nombre en el patio de arena», decía otra. «Esperamos que tu mamá tenga mucha fuerza en estos momentos», era otro de los deseos de los pequeños.
El homenaje continuó con una representante de la cuadrilla El Kaos. Las cuadrillas son la vida social en Rincón de Soto, también entre los adolescentes. Chavales de once y doce años que quisieron mostrar su dolor. «No os vamos a olvidar», decía. Y no lo harán porque en las 'pistas rojas' ya han encontrado ese sitio en el que poder reencontrarse con ellos para siempre. El lugar mágico en el que los niños siempre juegan: el patio del colegio.
Casi a la misma hora, trabajadores del Fundación Hospital de Calahorra, donde trabaja la madre y mujer de Rubén, Aitana y Hugo, guardaban un minuto de silencio a la entrada del centro hospitalario. «Empequeñecidos de golpe los problemas de cada día, la vida nos ha recordado, brutalmente, qué es lo realmente importante», decían en su comunicado. «A Ana le decimos que se quiera, que se cuide, que se proteja, que se mime y que se sienta. Y al hacerlo lo que le estamos diciendo es que la queremos, que la cuidaremos, que la protegeremos, que la mimaremos y que la sentimos», finalizaba.
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