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La guerra de Ucrania y la ola de solidaridad por el desastre humanitario impregnaron el hogar que Cristina e Isidro para iniciar una senda de altruismo que, al final, desembocó en el acogimiento familiar.
«Como al final desde Ucrania no vinieron niños sin acompañar ... y en la Consejería nos comentaron la posibilidad del acogimiento familiar a niños que estaban ya aquí, en Servicios Sociales, nos decidimos a dar el paso. Hicimos los cursos de preparación, los test psicológicos y todo el proceso y el 20 de septiembre del año pasado la niña llegó a nuestra casa», se arranca Isidro.
«Ella estaba en La Cometa y cumplió dos añitos ya en nuestra casa. Es un amor de niña, duerme fenomenal, come de todo... ¿Qué más puedes pedir?», tercia Cristina, quien admite que «al principio le costó un poquito, pero ha ido todo fenomenal, porque la mamá está muy agradecida y así nos lo dice en los encuentros semanales cuando traemos a la nena a Cruz Roja para que se vean. Hay familias que no aceptan esto, pero en nuestro caso todo ha ido de maravilla».
Su acogimiento era de urgencia y el proceso está a punto de llegar a su fin. «Igual que la madre, el resto de la familia, abuelos y tíos, está muy agradecida y vamos a poder ver a la nena después», explica Isidro, decidido a repetir la experiencia, «aunque mi mujer es todavía un poco reticente». «Yo no digo que no, pero tengo que pensarlo porque esto ha sido tan perfecto, tan redondo… Con la niña, con la familia, con las técnicos de Cruz Roja que hacen un trabajo tremendo…», le interrumpe Cristina, que aclara que «mi miedo es que si repetimos no sea todo tan ideal como ha sido esto. Es una niña buenísima y preciosa, es una nena para robar. Bueno veremos, porque ahora sé que es una experiencia muy bonita y que merece la pena».
En lo que sí coincide el matrimonio es en que si «nosotros le hemos dado mucho a ella, hemos recibido tanto o más. La realidad es que nuestra familia ha estado más tiempo junta, hemos comido y cenado juntos porque también querían estar con ella nuestros dos hijos que viven en casa, de 31 y 25 años, pero es que el que ya no está, el de 33, venía mucho más y su novia también», detalla Cristina quien, con una sonrisa enorme, concluye: «Son maravillosos esos abracitos de una criaturita de dos añitos que casi ya tenemos olvidados».
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