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Entró Rebeca Grajea acumulando el protagonismo que le concede su reciente abandono de las filas naranjas, convertida en el objetivo de todas las miradas. Y todos los besos y abrazos, que prodigó entre los funcionarios del Parlamento que le daban la bienvenida, para sorpresa ... de alguno de ellos. Un reparto gracioso de afectos que precedió su entrada en el hemiciclo, donde hubo arrumacos para todos sus pares, por supuesto con la excepción de sus hasta ayer compañeros de Ciudadanos, a quienes fustigó con el látigo de la indeferencia. Triste día de San Valentín.
De modo que Grajea tuvo besos para casi todos. Para los madrugadores diputados del PSOE, con quienes compartió risas y algún codazo cómplice y luego corrió la vez. Besos con el imaginario banco azul y con los parlamentarios del PP, que parecían recibir incómodos, todo lo contrario de lo ocurrido en la bancada de Podemos, donde la diputada no adscrita halló comprensión y un reconfortante abrazo en otra que tal: Natalia Rodríguez, a quien sus colegas morados le han regalado su propia dosis de ninguneo. Hermanadas por sus respectivas raciones de luz de gas, se han fundido en un largo abrazo. Luego, cada cual a su silla.
Rodríguez, a la vera de sus queridos rivales internos. Grajea, a su nueva ubicación. Un curioso emplazamiento. Justo debajo de donde se sienta Diego Ubis. Un extraño protocolo que ha hecho feliz a los fotógrafos, del que Grajea ha renunciado con prontitud para darse una vuelta por la cafetería del Parlamento y dejar vacío su espacio. Como un verso libre. Como un falso nueve. Cuyos movimientos tanto han despistado a Ciudadanos y al conjunto del Parlamento. Y tan difíciles seguirán siendo de descifrar.
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