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Isabel ya no concibe la vida sin aquella niña, casi un bebé, que llegó a su hogar hace ya una década. «Han pasado ya diez años y estoy encantada. Yo vivía sola y me animé porque una compañera de trabajo había acogido a una chica ... adolescente. Yo no conocía esta medida, pero al enterarme me pareció muy potente y me decidí a acudir a la consejería a pedir información», relata su llegada al modelo.
Relleno una instancia, realizó una entrevista y, seguido, el curso de formación. «En ese momento todavía tenía algunas dudas, pero como soy docente, pensé que tampoco me vendría mal. Seguí dándole vueltas y cuando llegó el momento de echar los papeles me di cuenta de que la decisión no la tomaba en ese momento, sino tiempo antes, día a día. Como vivo sola no lo tuve que consultar con nadie y di el paso», resume.
Su vida en este periodo ha sido plena. «Ha sido una década maravillosa, eso que al principio sí que la niña estuvo a punto de irse porque era una medida provisional y se trabajaba para que pudiese volver con su familia biológica, pero luego se vio que no. Aunque suene egoísta, yo encantada», confiesa con cierto pudor, para explicar que «yo al principio trataba de no dejarme llevar y me decía 'cuidadito Isa, cuidadito', pero por protegerme. Sin embargo, es imposible, va pasando el tiempo y ese amor no lo puedes controlar. Al principio me llamaba Isa, luego pasó a llamarme tía y automáticamente, salió de ella, mamá».
La pequeña, hoy de 12 años, ha mantenido el vínculo con su familia biológica, con la abuela y durante un tiempo con la madre y también con una bisabuela por parte paterna. «Eso es muy importante para ella y ahí radica la diferencia entre el acogimiento y la adopción, porque ella no siente el abandono que puede sentir un niño que no tiene ninguna referencia», defiende Isabel. «Me dicen que le he dado mucho, pero ella a mí… Jo, muchísimo», admite emocionada. «Hemos vivido todo ese proceso juntas,. Ella me lo ha puesto fácil, siempre ha sido fácil hablar con ella porque ha sido siempre muy madura. Yo en este proceso he aprendido muchísimo también. Lo intentas evitar pero caes y yo al principio no podía reprimir el instinto de posesión y luego vi que no le venía bien esa sensación de posesión, aunque sí la de pertenencia a la unidad familiar que hemos formado las dos juntas».
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