Se quedaron paralizadas, pasaron noches en vela, derramaron litros de lágrimas, se desplomaron hundidas... Pero decidieron echar el pie al suelo, ahuyentar el miedo, mirar de frente al mal y plantarle cara a la muerte. Lucharon y han ganado a la enfermedad. Paloma, Elena, Olga ... y Magdalena son supervivientes y este jueves, Día Mundial contra el Cáncer de Mama, volverán a levantar, de la mano de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) de La Rioja, su voz para gritar que hay salida. «Se puede, aquí estamos, seguimos vivas», coinciden, para lanzar dos consejos: uno en favor de la autoexploración y de los cribados; y el otro, de mano tendida. «Hay que pedir ayuda», aseguran rotundas antes de iniciar sus relatos.
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La pesadilla de Paloma Bezares Arnedillo (48 años), empezó hace poco. «En abril del año pasado fui a revisión porque me habían llamado del camión de la Unidad de Mama para el cribado. Yo no me había notado nada, pero en la prueba salió algo, me hice las pruebas y me lo diagnosticaron».
Lo que en principio iba a ser una operación y unas sesiones de radio se complicó y se convirtió en tres intervenciones quirúrgicas, dos tratamientos de quimioterapia y 15 sesiones de radioterapia. «Fue un proceso duro y largo, pero aquí estamos un año y medio después, que es de lo que se trata: de seguir contándolo, con toda la fuerza, con todo el ánimo del mundo, con mucha energía y mucha positividad», asegura.
El mazazo no solo le llegó a ella. Con una semana de diferencia su hermana recibió el mismo diagnóstico. «Es brutal, piensas que te vas a morir. Las primeras noches no paraba de llorar, se hace durísimo por el miedo y la incertidumbre. Luego, poco a poco, te vas metiendo en la dinámica y te convences de que tienes que luchar y de que puedes salir», asevera Paloma.
Poco después ambas hermanas entraron por la puerta de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) en La Rioja. «Desde ese momento ya nada es igual, estás con gente que ha pasado por lo mismo, que sabe cómo te encuentras sin abrir la boca y que solo con mirarte te comprende», defiende Paloma, para afirmar que «hay que pedir ayuda, es importantísima, tanto la de la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, incluido mi jefe, y desde luego la asociación. Yo les diría a todas las mujeres que pidan ayuda, aunque piensen que no la necesitan, porque al final es imprescindible. Eso y tu actitud, ponerte a luchar y ser optimista. Se puede salir, gracias a Dios las revisiones dan bien y de eso se trata, de seguir viviendo», concluye para recordar que «hay que acudir a las revisiones porque el diagnóstico precoz es fundamental».
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El diagnóstico le llegó hace ya once años a Elena Ciordia León (52 años). «Siempre había tenido nódulos, pero me noté un bulto que me dolía mucho, me revisaron y se detectó ese, que era de cuatro centímetros y medio, generoso. Era enero de 2002 y fue un batacazo, solo pensaba cómo decírselo a mis hijas y no sabes el pronóstico ni qué va a pasar», desentierra sus recuerdos.
«Cuando me operaron fue como una liberación, me dieron quimio y radio... Yo estaba súper animada porque era como avanzar, pero luego me empezó el bajón, porque me quedaron secuelas en el brazo», explica para alabar su llegada a la AECC de La Rioja, donde, dice, «me han dado un apoyo enorme».
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Le han quedado problemas en el brazo, osteoporosis, necrosis en la rodilla, déficit de atención... Pero no se rinde. «Estamos aquí y sufro algunos bajones, pero también sé que los días que tengo buenos debo aprovecharlos. Cada vez que vas a la revisión tienes miedo e incertidumbre, claro, porque de vez en cuando te sale un marcador un poco alto y dices ¿será...?», confiesa, para hacer un llamamiento a todas las mujeres: «Es importante que vayan a las revisiones rutinarias porque es clave el diagnóstico temprano. Se puede salir adelante y bueno, estamos aquí, seguimos vivas y convencidas de que hay que aprovechar los buenos momentos», remata.
A Olga Jiménez Martínez (67 años), el cáncer de mama la ha puesto en vilo en dos ocasiones. «En 2004 me noté un bulto, lo descubrí yo, aunque en la última revisión que me habían hecho no me habían encontrado nada. Al final era cáncer. Mi cabeza rulaba mucho y me fui a Pamplona a operarme porque quería que me lo quitaran cuanto antes. Era tan ilusa que pensaba que si me lo quitaban se acaban todo», admite.
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Olga pasó por todas las etapas. «Al principio pensé que cáncer era igual a muerte, luego vino la negación, el decir por qué a mí, la angustia...». Sobrevivió, pero, tras 17 años sin cáncer, en 2021 le operaron del otro pecho. «Parece que lo vas a afrontar de otra forma, pero... Hay ratos positivos y negativos, lo único que hago es no quedarme en casa, salgo a la calle, veo gente. Quiero estar viva, no quiero estar muerta en vida. Se hace lo que se puede, sobre todo sobrevivir».
Paloma Bezares Arnedillo
48 años
Elena Ciordia León
52 años
Olga Jiménez Martínez
67 años
Magdalena Toyas Jalón
62 años
Emocionada al recordar la atención del oncólogo Javier Cevas, fallecido en marzo del pasado año, asegura que «hay que luchar y ser optimista, pienso que voy a salir de esta, con todos los problemas que conlleva de huesos, etc., pero estoy aquí y para vivir y disfrutar de la vida todo lo que pueda», insiste para añadir un único pero. «Solo me arrepiento de una cosa, vine a la Asociación Española contra el Cáncer en marzo de este año y tenía que haber venido mucho antes, desde el principio, porque me han ayudado mucho».
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Magdalena Toyas Jalón (62 años), se confiesa como «un caso raro». «He tenido la suerte de no tener tratamiento, ni quimioterapia ni radioterapia, soy una privilegiada». El diagnóstico fue en 2019, tras encontrarse un bulto durante una autoexploración, que, asevera, «es fundamental».
«Del primer momento, el del diagnóstico, lo peor fue pensar cómo decírselo a mis hijas. Esa fue mi manera de verlo, de contarme yo la película. Procuré no tener miedo, pero creo que me está saliendo ahora, cuatro años después. Me tiene un poco paralizada, pero sigo pensando que con esto se puede y, de hecho, aquí estamos para demostrarlo», señala en la sede de la AECC, a la que llegó hace dos años como voluntaria. «Me veía una privilegiada y quería ayudar a otras mujeres, pero, como pasa siempre con el voluntariado, al final ganas tú, vienes a echar una manita y al final recibes mucho más a cambio».
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