TERI SÁENZ
LOGROÑO.
Viernes, 4 de mayo 2018, 00:02
Marisol Chavarri tenía 17 años y estudiaba COU cuando mataron a su padre. En torno a la misma edad y un curso equivalente al de los alumnos del IES Batalla de Clavijo de Logroño que ayer le escucharon contar en primera persona su historia. Primero, ... la de aquel 9 de marzo de 1979 en que dos jóvenes que luego huyeron en moto -«eso es al menos lo que se dice, porque nunca lo llegaron a investigar»- entraron en el despacho de Miguel Chavarri, nacido en Cihuri y entonces jefe de la Policía Municipal de la localidad guipuzcoana de Beasain, y le dispararon cuatro balazos en el pecho. Luego, los años posteriores de confusión, pena y sufrimiento. Y entre medias, el contexto de aquella sinrazón que extirpó esperanzas, quebró familias, dinamitó la convivencia. «Los 'años de plomo' se llamaron, por la enorme cantidad de atentados que se sucedían y el material de la munición», informó Marisol a una audiencia ajena generacionalmente al relato que inauguró en La Rioja una actividad promovida por el Ministerio del Interior en colaboración con las asociaciones de víctimas y que se replicará en los próximos meses en otras 30 aulas.
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En un tono contenido que no pudo evitar por momentos el dolor de revivir esas escenas, la hija de Miguel Chavarri reveló detalles personales de aquel instante. «Después de desayunar y antes de ir a clase, siempre me despedía de mi padre con un beso», empezó diciendo. «No sé por qué, la noche anterior me había enfadado con él y esa mañana me escaqueé; quién iba a decirme que no le iba a dar un beso ese día ni nunca más», confesó. Una astilla emocional hincada en la memoria como el ruido de los helicópteros que empezaron a sobrevolar Beasain tras producirse el crimen. «Todavía hoy, hasta cuando voy a ver la llegada de los Reyes Magos al campo de Las Gaunas, se me encoge el cuerpo al oír el ruido de las hélices», afirmó antes de continuar con el resto de la historia, cuando «todo el jaleo» de familiares y amigos que se acercaban a casa se acabó y su madre decidió mudarse con sus tres hijos del pueblo donde tenían su vida hecha a Logroño. «Aún era una adolescente, me costó mucho adaptarme», destacó. Y eso que atrás dejaba situaciones «que ahora parecen increíbles» pero que entonces se sufrían con una rutina cruel. «En la calle donde vivíamos, que era bastante estrecha, solían enfrentarse en un extremo 'ellos' y en el otro la policía», comentó. «Cuando empezaban las carreras, los gritos y las escaramuzas, ya sabíamos que debíamos cerrar las ventanas». Rituales como los que se repetían en el instituto cada vez que había una detención. «Al día siguiente había una asamblea que siempre decidía lo mismo: esa mañana no había clases».
Lo que la familia no se trajo a La Rioja fue odio. «Mi madre nos transmitió no desear venganza», aseguró. Ni fuerzas para hablar del atentado. «En casa apenas comentábamos nada sobre mi padre porque nos dolía muchísimo el recuerdo». Casi tanto como las noticias de nuevas muertes. «Si estaba comiendo y el telediario informaba de otro asesinato de ETA dejaba el plato, se me hacía un nudo en el estómago».
Al cómo que Marisol describió en el IES Batalla de Clavijo siguieron las preguntas de los alumnos sobre los porqués. Una batería de interrogantes formuladas desde la lejanía de la edad y el entorno que sufrió más agriamente el terrorismo etarra. ¿Ha podido olvidar? ¿Llegó a pensar que todos los vascos eran de ETA? ¿Qué condena se merecen? ¿Se ha imaginado el aspecto de los que mataron a su padre? ¿Por qué les dan homenajes? ¿Cómo pudo ocurrir algo así?... Preguntas a las que sólo puede responder un relato: el de las víctimas.
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