Se debe a Francisco Álvarez Cascos, vicepresidente con José María Aznar, un hallazgo que con el paso del tiempo irían clonando gobiernos de todo índole, sin ningún rubor, a pesar de tratarse de un invento que incorporaba de origen un mecanismo tramposo: a saber, ... la idea de rendir cuentas supuestamente pormenorizadas, apoyándose en coeficientes y otros ardides matemáticos, de la gestión del gabinete en que él mismo había sido alistado. Cada año, Cascos convocaba a la prensa y proclamaba la buena nueva: el programa de Gobierno se había cumplido en tal o cual coeficiente. La grosera trampa consistía en que era juez y parte; es decir, como llevaba la nota puesta de casa, tendía a calificarse con sobresaliente. Acabado ejemplo de ese tipo de político carente de vergüenza propia, Cascos ejercía de confesor de sí mismo, se administraba la absolución y proseguía su camino, en dirección al siguiente año de mandato, cuando alumbraría otro porcentaje de los suyos sin importarle la sensación de ridículo que emanaba de tanta impostura.
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Que tuvo éxito. Desde entonces, menudean los casos en que un gobernante proclama ante los medios un anuncio de similar tenor. Incurren en este vicio los partidos que gobiernan en solitario y los que recurren al modelo de coalición; es el caso reciente del Gobierno de La Rioja, que acaba de aportar su contribución al modelo Cascos de gestión absolutoria, sin asomo de autocrítica, ajustándose a su propio canon: midiendo cómo se reflejan en el Presupuesto del 2021 las medidas introducidas en el pacto que llevó a su partido al Palacete del brazo de Unidas Podemos. La consejera portavoz no abjuró de la minuciosidad, estilo Cascos: según sus apuntes contables, ese proyecto pendiente de recibir el aval legislativo incluye el 90% de las medidas contenidas en el documento que selló el PSOE con sus aliados de izquierda antes de que dejaran de serlo. Nueve de cada diez promesas quedan resueltas en apenas dos años de mandato. ¿Para qué necesita entonces el Palacete los otros dos restantes ? Y otro par de preguntas, que remiten al inventor de la doctrina Cascos. ¿No debería ser la opinión pública quien juzgase si cumple o no cumple? ¿Tienen IU y Podemos la misma opinión de ese 90%?
Porque ocurre que el primer punto de aquel escrito incluye compromisos como los siguientes: plan contra la pobreza infantil garantizando la alimentación para todos los menores y potenciando el Programa MENA; elaboración de un censo de vivienda de propiedad pública de administraciones de cualquier nivel como primer paso para generar una bolsa de vivienda; negociación con las administraciones que posean la mencionada vivienda del censo y con entidades bancarias y constructoras que tuvieran vivienda para la creación de una bolsa de vivienda de alquiler social y bolsa de vivienda de precio regulado. ¿Todas estas medidas se incorporan al Presupuesto? Siguiente punto, relativo al ámbito educativo. El pacto prometía por ejemplo que «aquellos centros sostenidos con fondos públicos que no cumplan con la función social para las que son financiados, centros que segregan a los alumnos por condición de sexo y centros que no escolarizan a alumnado socioeconómicamente desfavorecido, perderán el concierto educativo». Un compromiso que debe figurar en ese restante 10% que el Palacete excluye del Presupuesto.
Y que mueve a la sonrisa benevolente porque, en realidad, la idea de conmiseración domina el análisis triunfalista que de sí mismo hace el Gobierno, cuando, a la vez que se absolvía de cuantos pecados se le pudieran atribuir, apuntaba hacia ese incierto porvenir donde otra de sus promesas trascendentales, la de retirar a la iniciativa privada las competencias en cuidados sanitarios que debería gestionar a su juicio el sector público, también se evaporó. La consejera Sara Alba adujo que una maniobra de ese calibre, en la presente coyuntura azotada por la pandemia, debería aplazarse hasta que la estrategia contra el virus se conjugue pasado, a ser posible perfecto. Se trata de una idea razonable al servicio de una táctica de negociación multilateral: porque al mismo tiempo, la portavoz animaba al resto de partidos a sumarse al proyecto gubernamental y olvidar sus enmiendas a la totalidad en favor de una rápida tramitación del Presupuesto que beneficiaría su inmediata aplicación para que derramara sus dones sobre el contribuyente. El mensaje se dirigía al PP, principal grupo de la oposición, que tardó 24 horas en negarse. Lo cual da un poco lo mismo en el fondo (de sus escaños no depende el plácet al Presupuesto) pero tiene relevancia formal: cuando incluso entre los dirigentes del PP habita alguna discrepancia al respecto de si, por ejemplo, conviene en el actual contexto una rebaja fiscal, se hubiera agradecido un gesto de grandeza sin que perdiera credibilidad su labor de oposición. Un cierto consenso en el trámite legislativo ayudaría a devolver al administrado su confianza en sus representantes.
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Para que tal milagro ocurriera hubiera sido preciso no sólo que el PP visitara la hemeroteca, como le recomendó el consejero Pablo Rubio en alusión al apoyo que recibió del PSOE en el 2009 a su propio Presupuesto, elaborado también en una situación de angustiosa crisis, sino una cuota de generosidad proporcional en el Palacete, donde prevalece su conocida tendencia a la arrogancia. Porque si se pretende sumar a todos los grupos parlamentarios a las Cuentas del 2021, hubiera sido más útil incorporar sus tesis desde primera hora. Y aceptar el dictamen tanto de la oposición como de sus socios, llamados muy a última hora para que (en un gesto que honra a Henar Moreno) aceptaran esta especie de trágala, cuando sólo queda tiempo para avalar cuanto se le ocurra a Concha Andreu.
Resumen: aunque todas las promesas del ayer acaban de estrellarse contra el sombrío hoy y el inquietante mañana, el Gobierno se resiste a que la ejemplaridad guíe sus pasos. Según el mandato bíblico, la suya debería ser la sal que nunca se corrompe. Estaría entonces más legitimado para exigir a los demás sentido del deber, que en esta triste hora apela no sólo a los partidos del Gobierno o la oposición. También a esa ciudadanía tendente a pensar que es realista pedir lo imposible. La que sigue sin enterarse. La que ignora que bajo los adoquines no está la playa.
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