La personalización del aprendizaje ha dejado de ser una opción para convertirse en una necesidad. Un cambio de paradigma en el rol del profesorado, una renovada manera de involucrarse por parte del alumno, que el avance social había guiado y la pandemia ha certificado. Tourón ... disecciona las claves de una realidad insoslayable a la que la UNIR se anticipa con herramientas para su optimización.
– ¿En qué grado ha cambiado la naturaleza del aprendizaje tal y como se ha podido entender hasta ahora?
– Hace décadas, aprender equivalía en esencia a saber cosas. Hoy ya no es suficiente, sino que lo realmente importante es responder a una pregunta: ¿qué sabes hacer con lo que sabes? No significa que no haya que saber cosas, porque la memoria sigue siendo la base de cualquier tipo de operación intelectual superior. El cambio se sustenta en que ahora mismo es muy fácil acceder a la información, está a golpe de clic, con lo cual hay que pensar más qué tipo de competencias desarrollamos en los alumnos como consecuencia de la formación y, al mismo tiempo, que el proceso de aprendizaje se despliegue de forma que los alumnos adopten un papel mucho más protagonista, ya que son los que tienen que aprender.
«Se debe evaluar la capacidad, intereses y competencias de cada alumno dentro de un sistema proactivo»
«La formación debe aportar al alumno un pensamiento innovador, creativo e interdisciplinar»
«Su rol instrumental es imprescindible para implementar una metodología en función del alumno»
– ¿De qué manera se traduce en la práctica ese enfoque?
– Se trata de articular un sistema didáctico en el que el profesor pase a una función secundaria pero muy importante como guía y asesor, mientras que el alumno evolucione de sujeto paciente a agente. Como la naturaleza del aprendizaje exige no solo saber sino saber hacer, es clave que esté basado en la acción y, por consiguiente, que el alumno asuma el protagonismo. Y todo ello en paralelo al fomento del pensamiento crítico, la capacidad de resolución de problemas, prepararse para desarrollar trabajos que aún no existen... En definitiva: una formación transversal donde el alumno tenga asimismo un pensamiento innovador, creativo e interdisciplinar. Para hacerlo factible deben tenerse muy en cuenta sus necesidades, carencias, fortalezas e intereses, porque cuando hace algo que le interesa está más motivado que cuando se limita a escuchar lecciones que no se ajustan a su perfil o permanece sentado en una silla tomando apuntes.
– ¿Personalizar en el sentido de afinar en las inclinaciones y actitudes del estudiante?
– Exacto. Obviamente, se tienen que impartir unos contenidos que el alumno debe dominar, porque al final del proceso van a recibir un título. Pero no solo eso. Digamos que hay un mínimo común denominador, pero luego debe conjugarse también un numerador amplísimo que permita que cada estudiante pueda tener experiencias que vayan más allá del currículum regular, tanto dentro como fuera del aula.
– ¿Cómo se llega a ese punto?
– La clave reside en evaluar la capacidad, las competencias y las áreas de interés de cada cual en un sistema que debe ser proactivo, no reactivo. Eso exige que promovamos una escuela que sea menos graduada, en la cual el currículum sea más flexible y las personas vayan adquiriendo el dominio de los distintos campos del saber de una manera progresiva y fluida. Una escuela mucho más centrada en el aprendizaje y el desarrollo del talento de cada persona. Eso requiere formación de profesores y también apostar por las metodologías activas, porque el foco hay que ponerlo en el alumno y en una enseñanza basada en la acción con una orientación mucho más inductiva. La información ya está ahí; lo medular es como yo selecciono esa información, cómo utilizarla en un proyecto concreto.
– ¿Cuáles son las estrategias?
– Conocer qué estimula al alumno, qué le gusta, qué le interesa. Conformar grupos en función de intereses comunes para desplegar proyectos que permitan integrar distintas disciplinas y que el alumno tenga la oportunidad de seleccionar un tema e implementarlo con la guía del profesor. En esa línea se enmarcan iniciativas como el programa Renzulli Learning, que acaba de poner en marcha la UNIR.
– ¿En qué consiste?
– Se trata de una plataforma para la personalización del aprendizaje y su enriquecimiento en tres niveles: ofreciendo oportunidades más allá del currículum para todo el alumnado; fomentando grupos concretos de interés y, en el estadio más avanzado, abordar problemas reales con procedimientos reales que usarían los profesionales de esa área y dirigidos a audiencias reales. A través de una herramienta denominada 'perfilador', el primer paso consiste en realizar una evaluación con una serie de cuestionarios, para saber cuáles son las áreas de interés principales; las preferencias del tipo de aprendizaje; cómo me gusta exponer lo que yo hago... Una vez concretado el perfil, el sistema proporciona una base de datos con más de 50.000 recursos que el alumno tiene a su disposición, además de otras herramientas, para avanzar en sus propios proyectos en un entorno seguro y ajustado a su perfil.
– ¿Qué rol juegan vectores como la tecnología o el entorno familiar en ese entramado?
– Ambos son determinantes. Por un lado, la tecnología digital juega un papel instrumental imprescindible para poner en marcha desarrollos pedagógicos existentes desde hace décadas y articular una metodología en función de cada alumno. Al estar en la nube es distribuible a cualquier lugar del mundo y también en una versión familiar para que padres e hijos puedan actuar colaborativamente en proyectos comunes en un marco de interés compartido. De esa manera disfrutarán más formándose y, sobre todo, serán más felices.