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«El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos desgraciados»Cuando la semana pasada concluyó el comité regional del PSOE, el primero tras su entrada en el Palacete, algún veterano del partido compartía su asombro con otros compañeros: ninguno recordaba un precedente semejante. A saber, que nadie hubiera pedido la palabra. Un silencio inaudito en ... un partido muy propenso a las discusiones. Como si su acceso al Gobierno hubiera anestesiado a la militancia, el peor pecado en que suele incurrir todo partido cuando escala hasta la cumbre del poder. Quien se atreva en tal dichosa coyuntura de alertar de algún error estratégico o pida explicaciones sobre el rumbo que tome la acción del Gobierno, se convertirá en el sospechoso habitual. El cenizo al que nadie toma en serio. Un aguafiestas que pretende arruinar a los demás la diversión: esa sonrisa desbordante de felicidad que lucen Concha Andreu y los suyos por Martínez Zaporta. La nueva Arcadia.
Es una tendencia a dejarse invadir por el optimismo que resulta natural atendiendo a la reciente lista de hazañas de los socialistas riojanos pero que tiene algo de postiza. Como si el optimismo se hubiera convertido en obligatorio, al igual que la felicidad que ahora gestiona Raquel Romero desde la Consejería que le han regalado los Reyes Magos. Cierto que el optimismo tiene algún sentido en el conjunto de la acción política, porque imprime un sello de entusiasmo que impide dejarse llevar por el cinismo (de malsanos efectos en la historia reciente de La Rioja) aunque sería preferible que no se abandonaran quienes lo practican a sus temibles excesos. Unos mandatarios en plan Bambi salen lesionados del contraste con la realidad. Que suele estar colonizada por su contrario: la visión pesimista de la vida, una tentación igual de perversa. Porque dejar la gestión pública en manos de grupo de fúnebres agoreros conduce a los administrados a un estado de postración asimismo inquietante. Y muy conocido. Por La Rioja, sin ir más lejos.
El 'Síndrome de Pollyanna', también bautizado como 'pollyannismo', es un término utilizado por la literatura científica docta en Psicología para referirse a la tendencia de quienes lo padecen a la sublimación del optimismo, con feos resultados: les incapacita para ver el lado malo de las cosas. Son los llamados «optimistas definitivos», un diagnóstico temible. Llevado a sus extremos, se identifica a las víctimas de este mal por un factor clave. La sonrisa. Sonríen mucho. Un semblante risueño que les transporta entre nubes de algodón, una caminata refractaria al paseo a pie de calle, tan beneficioso. Los 'pollyanistas' prefieren levitar. En política, mediante el coche oficial.
Un deporte que cuenta con nuevos practicantes. Obsérvese el caso de Podemos y su sonriente estrella, Raquel Romero. Tiene motivos para el optimismo: hasta ayer, languidecía en la fría (aunque muy atractiva) Berlín, ignorada por los riojanos que hoy le pagan el jornal. Beneficiaria de una carambola política delirante, se vio encabezando la candidatura a las autonómicas, ganó su escaño, se apartó de IU, retorció el brazo del PSOE, se hizo con la cartera que pretendía, borró del mapa al resto de dirigentes de su formación y, siempre sin dejar de sonreír, ahora quiere ser la líder del partido de Pablo Iglesias en La Rioja. Lo conseguirá, por supuesto. Porque otro de los elementos distintivos de los 'pollyanistas' es que caen de pie. Les ayuda ese aire despistado que les distingue, al estilo de Mr. Magoo, para fintar los contratiempos, de manera que cuando al final del camino hacen recuento de daños, suelen salir indemnes. Y sonrientes.
Se entiende por lo tanto que en el reciente cónclave socialista triunfara también la sonrisa. Algunos asistentes confesaban en privado su inmensa y genuina felicidad. Porque tenían que frotarse los ojos para corroborar que, en efecto, cuanto veían era real: su jefa manda en el Palacete, tiene los principales ayuntamientos en sus manos y se aprovechan de un insólito encadenado de triunfos electorales en aquella exitosa primavera. Y claro que sonreían. Sobre todo, en sincero agradecimiento por la entusiasta ayuda del PP, de Pedro Sanz a José Ignacio Ceniceros, generosos donantes de optimismo entre las filas socialistas, hacia donde se transfunde la ilusión a corto y medio plazo. Se trata además de un entusiasmo contagioso, que alcanza incluso al PP, donde sonríen sus principales dirigentes, ignorantes del terremoto recién sufrido. Tal vez porque buena parte de ellos han encontrado acomodo al estilo de Romero con cargo al contribuyente y les da ya un poco lo mismo el futuro de sus siglas, que pinta mal. O tal vez porque su propensión al 'pollyanismo' se halla tan enraizada que les inhabilita para observar en su versión más cruda cuanto les rodea.
Véase por ejemplo la admirable carta que Ceniceros acaba de remitir a sus afiliados. 'Pollyanismo' puro: un texto donde se vanagloria de sus resultados electorales (sic), se condecora por la conquista de la Federación de Municipios (más sic), olvida el retroceso electoral de su partido desde que lo preside y deja noqueados a unos cuantos de sus destinatarios con una exhibición de optimismo negadora de la realidad. Lo cual tiene algún sentido en el contexto festivo, porque Ceniceros aprovecha su carta para felicitar las fiestas a sus pares, como si en San Mateo todos fuéramos Polyanna. Lo cual es comprensible en el caso del PSOE. En el del PP, temerario.
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