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Cuando un político con mando en plaza, sea del signo que sea, sube a la tribuna y hace una encendida defensa de la libertad de expresión y del periodismo crítico, hay que echarse a temblar. Ese es el enemigo. Reconozco que a mí me gusta ... el periodismo de trinchera: yo estoy en una y los políticos en otra. Podemos llevarnos mejor o peor, podemos tener mayor afinidad ideológica o personal y los hay desde luego honestos e inteligentes, pero a la hora de la verdad disputamos un eterno Argentina-Inglaterra. Quienes crecimos viendo 'Lou Grant' o 'Todos los hombres del presidente', nos imaginábamos en la piel de Boodward y Bernstein, no en la de los cien columnistas que al mismo tiempo estarían diciendo que la economía va como un tiro y que hay que ver las barbaridades que dicen del pobre Nixon. El periodismo es intemperie y malas caras; para sobar chepas es mejor apuntarse a las juventudes de cualquier partido político.
Ni me creo a Pedro Sánchez cuando se disfraza de Capitán América ni a Isabel Díaz Ayuso cuando se erige en defensora y garante de la libertad de expresión. Es doña Isabel una digna aprendiz de Esperanza Aguirre, histórica musa de la manipulación. Mientras hace pucheritos y se queja del estalinismo ambiental, maneja a su antojo Telemadrid y suelta a su jefe de gabinete, un tipo malencarado y faltón, para que amenace a los periodistas incómodos (o sea, a los periodistas de verdad).
Comprenderán ustedes mi prolongado e invencible desengaño. He trabajado durante demasiados años y sé positivamente que, si Feijóo alguna vez llega a la Moncloa, colocará al Urdaci de turno en Televisión Española para que le lustre los zapatos y mantenga ese entrañable aroma a Nodo. Irá el líder del PP por la vida repartiendo favores y castigos como ahora hace con envidiable soltura el marido de Begoña, que los lunes critica amargamente los bulos y los martes los suelta él mismo. Como dice José Antonio Montano, será divertido ver cómo los antisanchistas de ahora se convierten en sanchistas de Feijóo.
A TVE le queda todavía un buen trecho para empatar con la BBC, aunque no se le puede negar al ente público alguna heroicidad impensable en el Reino Unido. De momento, ya ha puesto a trabajar de albañiles a los hijos de la Preysler, que no habían dado un palo al agua en su vida. ¡Para que luego digan que TVE no cumple un verdadero servicio público! Nuestros impuestos han estado ahí bien empleados, hay que reconocerlo.
Los políticos solo creen en el periodismo libre cuando están en la oposición y se limitan a quemar vistosas colecciones de fuegos artificiales. Luego, cuando gobiernan, descubren de pronto las infinitas posibilidades de la censura y lo bien que funcionan las consignas cuando llegan envueltas en dinero. Ahora dice Pedro, nuestro último salvador, que va a conceder cien millones de euros en «ayudas a la digitalización de la prensa». Si sus intenciones son puras, supongo que se repartirán a medias entre la hoja parroquial de Cabezón de Cameros y el boletín de la Asociación de Amigos de la Colombofilia, únicos medios de comunicación que siguen tercamente anclados en la era analógica.
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