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A Gonzalo Capellán lo que más le gusta del mundo es la armonía. Una feliz armonía matemática, pitagórica, cartesiana. En su réplica a los oradores, Capellán no se entretuvo con menudencias y cabalgó de idea abstracta en idea abstracta como un jinete de la ciencia ... política. Conocíamos su interés por Krause, pero ayer descubrimos con cierta sorpresa su devoción por los socialistas utópicos. Citó Capellán a Robert Owen, un hombre que en 1825 compró un poblado en Indiana (Estados Unidos) para levantar ahí la ciudad de 'New Harmony', con la intención de que todos los hombres pudieran vivir en paz, equilibrio y colaboración mutua. Luego mencionó a Charles Fourier, un filántropo francés al que se le ocurrió lo bonito que sería vivir todos juntos en falansterios, unas granjas de diseño matemático en las que los hombres trabajaran según sus gustos e inclinaciones. Se quedó Capellán a medio segundo de que se levantaran los de Vox y le espetaran, en plan Sargento de Hierro: «Cierra el pico, hippie».
Se supone que la armonía del nuevo presidente no llega al extremo de prohibir la propiedad privada y los salarios, como proponía Fourier, aunque tampoco lo podemos asegurar porque ayer Capellán decidió quedarse a vivir en los conceptos y no contestar a ninguno de los portavoces. Henar Moreno trató de que concretara algo, pero sus preguntas directas («¿Va a privatizar Atención Primaria? ¿Va a recuperar el cheque de Bachillerato? ¿Va a desarrollar la Ley de Memoria Democrática?») se mantuvieron flotando en el aire, sin respuesta, con ese grado de incertidumbre que adquieren las cosas cuando todavía no han nacido. Era este un pleno de investidura filósofico y las cuentas ya las echaremos más adelante.
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A Concha Andreu, sin embargo, no hizo falta responderle porque en realidad no preguntó nada. Andreu salió al estrado para decir lo bien que lo había hecho su Gobierno. Empleó media hora en narrar, con todo lujo de detalles y cifras, a qué se había dedicado estos cuatro años. Se diría que vive Andreu en un estado de estupefacción permanente desde el 28 de mayo. Sabe que ha perdido las elecciones pero no sabe por qué, le resulta incomprensible, inaudito, profundamente extraño, y eso la consume y la devora. El día menos pensado la vemos en el programa de Iker Jiménez echándole la culpa a los extraterrestres o a George Soros de la ola reaccionaria que inopinadamente se ha desatado en La Rioja.
El papel más ingrato en el nuevo reparto de roles parlamentario le ha correspondido a Cristina Maiso, portavoz del Partido Popular. Se ha convertido doña Cristina en la pelota oficial de la clase. De ella se espera que repita infatigablemente lo listo que es Capellán, lo bueno que es y lo mono que va este chico siempre. Es la nueva Smithers, entregada al halago y a la lisonja del jefe, como antes lo fue el socialista Raúl Díaz, que aun así se las apañó para dejar en el hemiciclo destellos de buen parlamentario. Es este un trabajo de escaso lucimiento, pero necesario y, en última instancia, muy de agradecer: en algún momento hay que ir al baño o a la máquina del café.
La investidura pudo tener cierto suspense si se hubiera optado por el voto electrónico. Ya sabemos que para algunos diputados el humilde aparatito del sí/no/abstención es confuso como el salpicadero de un helicóptero y eso abre siempre la posibilidad de simpáticos errores y graciosos contratiempos. Sin embargo, y para desgracia del espectáculo, la votación fue nominal y todos los diputados se fueron retratando con un escueto «sí» o «no». Dijeron sí los del PP y no los demás.
A la espera de que el BOE recoja su nombramiento, Capellán ya es el noveno presidente de La Rioja y podrá edificar a su gusto la nueva 'New Harmony', el falansterio definitivo. Los aguafiestas, no obstante, le recordarán que aquellas hermosas aventuras fracasaron y que el benemérito Robert Owen acabó entregándose al espiritismo y a la telepatía.
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