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Tal vez recuerden que hubo tiempo –un tiempo infantil, ya remoto– en el que las primarias parecían el bálsamo de Fierabrás. Los partidos, convertidos en ... máquinas implacables de musculosos aparatos, se transformarían en virtuosas organizaciones democráticas por el mágico expediente de convocar primarias para cada elección. Se cumpliría así, por fin, el risueño mandato incluido en el artículo seis la Constitución española: «Su estructura interna y funcionamiento (el de los partidos) deberán ser democráticos».
España es un país admirable, en el que se somete a consulta popular la compra de un chalé con piscina pero no los indultos o la ley de amnistía, lo que define claramente nuestras prioridades. Nos pierde el entretenimiento. A la luz de estas peculiaridades sociales debemos entender el triste éxito de las primarias, muy divertidas para la prensa, confusas para el ciudadano y escenario de riñas tumultuarias entre los militantes.
A la hora de escribir esta crónica, todavía no se sabe si el alcalde de Arnedo, Javer García, va a tener rivales para dirigir el PSOE de La Rioja. Hasta el lunes a mediodía hay tiempo. El propio manejo del cronómetro nos da alguna pista sobre cómo los partidos manipulan las primarias a conveniencia. En el PSOE de Madrid, por ejemplo, se produjeron escenas de vértigo, resueltas a velocidades astronómicas, que a mí me recordaron a los juegos de cartas que hacía Tamariz: Juan Lobato dimitió, presionado por Moncloa, salió Óscar López, dijo «ola ke ase» y se acabó el proceso. Por cortesía y prurito democrático se habilitaron unos segundillos más por si algún rival quería presentarse de repente. Misteriosamente, eso no sucedió y López se convirtió en secretario general como quien se prepara un bocadillo de salchichón para merendar.
En la sede socialista de La Rioja, sin embargo, el tiempo no corre, sino que se expande como si Dalí hubiera pintado los relojes y Einstein estuviera resolviendo ecuaciones. El plazo de presentación de precandidaturas se ha prolongado de lunes a lunes, con fin de semana incluido, lo que anima al afiliado a la conjura.
En la reunión de militantes históricos convocada el jueves para dar el apoyo a Javier García parecía latir, más que un entusiasmo febril por el precandidato, el miedo a la división interna que provocarían unas primarias. Los partidos no saben gestionar estas elecciones previas, que acaban engendrando unos liderazgos monstruosos, ferozmente presidencialistas, creando pequeños Macrones a los que solo les interesa disponer a su antojo de una organización instrumental. Con este sistema, el militante se limita a pagar la cuota, votar cuando le toca y callar. Quizá haya llegado el momento de plantearse si no sería mejor olvidarse de las primarias e impulsar mayores contrapesos institucionales dentro del propio partido.
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