Tomemos algunos ejemplos. La comunidad valenciana (4,9 millones de habitantes) decide acoger a 23 niños que están hacinados en Canarias y a Vox aquello le resulta intolerable y rompe el Gobierno regional. Castilla y León (2,5 millones de habitantes) se presta a recibir ... a 21 niños que no tienen familia ni recursos y a Vox aquello le resulta intolerable y rompe el Gobierno regional.
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Abascal, muy convincente en su papel de Hombre del Saco, no habla nunca de niños. Ni siquiera de jóvenes. Él solo utiliza la palabra mena, que es un acrónimo administrativo (menores extranjeros no acompañados) convertido por la ultraderecha española –hoy más ultraderecha que nunca– en un artefacto impersonal e inquietante. En el imaginario de Vox y de sus corifeos, un mena es indefectiblemente un futuro delincuente de piel tostada y acento exótico. Ya sabemos que a García-Gallardo, exvicepresidente de Castilla y León, le emocionan mucho los fetos, pero pierde todo interés por ellos una vez que se deslizan por el canal uterino y se asoman –indefensos y lloriqueantes– a este mundo.
Cuando Vox alerta de que nos invaden los menas se refiere, por ejemplo, a una niña de seis años y a un niño de nueve que están ahora mismo en el hospital de El Hierro y que hace unos días han visto cómo sus padres morían ahogados en aguas del Atlántico tras una travesía infernal en cayuco. Ojalá se pudran allá, parecen pensar los dirigentes de Vox, mientras se ponen la camisa de los domingos y se pelean por sacar a pasear las vírgenes en romería. Definitivamente, hay excomuniones más urgentes que la de las monjas de Belorado.
Entre los más cinco mil jóvenes que se amontonan en las islas Canarias –archipiélago que para Vox no debe formar parte del territorio español–, los hay de todas las edades. ¿Qué solución alternativa propone Abascal, que toda su vida ha estado chupando del Estado, mientras se unta la barbita puntiaguda con aceite de yoyoba? ¿Echarlos otra vez al mar? ¿Fusilarlos? ¿Devolverlos a no se sabe dónde? ¿Dejarlos sueltos por las calles de Tenerife para que se alimenten de la basura o de lo que roben?
Quizá ustedes tengan –como yo– un hijo adolescente. Me lo imagino en este trance. Tenemos que hacer un esfuerzo para imaginarlos en ese trance. Solos, rotundamente solos, en un país extraño. Sin dinero, sin alternativas, sin cariño. Los quince o dieciséis años son edades complicadas, de forcejeo y búsqueda, de rebeldía y afirmación. Si nos preocupa que estos menas acaben dedicándose a la delincuencia, la receta es justo la contraria que sugieren los pecholatas de Vox. Hay que atenderlos, guiarlos, enseñarles el idioma, gastarse dinero en ellos, ofrecerles una educación, abrirles un futuro. No se trata, como advertía el presidente de Canarias, de limitarse a contar literas y plazas, sino de acoger en el sentido más amplio y maternal de la palabra. Es difícil y habrá problemas, pero lo contrario –dejarlos de la mano de dios– no solo es inmoral, sino una bomba de relojería para nuestra sociedad.
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Y quien dice Vox, dice Junts.
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