Koldo García camina junto a José Luis Ábalos en el año 2020. J. HELLÍN / EUROPA PRESS
Crónicas venenosas

El oscuro encanto del asesor

«La fidelidad comprada siempre es sospechosa y generalmente de corta duración» (Tácito)

Pío García

Logroño

Domingo, 3 de marzo 2024, 08:21

Los casos de corrupción estallan como castillos de fuegos de artificiales en un firmamento oscuro. Uno asiste boquiabierto al espectáculo pirotécnico, con el ánimo en suspenso, sin saber muy bien cómo acabará. Quizá haya traca final o quizá no. Los medios hostiles al Gobierno fantasean ... con la posibilidad de que la mecha llegue a La Moncloa y una formidable mascletá acabe con Sánchez pidiendo asilo en algún despacho de Bruselas. Los medios afines, en cambio, están apretando el torniquete para que la infección se quede en Ábalos, que en su tiempo fue general pero ahora fungía de soldado raso. Aún lo oigo lamentarse desde el atril, con un dramatismo de niño dickensiano: «¡No tengo secretaria; no tengo nada!»

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Nadie sabe, en realidad, lo que va a pasar. Los acontecimientos se suceden a tal velocidad y son tan divertidos que piden butacón, palomitas y cocacola en vaso grande. Disfrutar de los casos de corrupción tal vez sea otra forma de corrupción, aunque confieso mi debilidad por estos personajes carpetovetónicos que creíamos extinguidos pero que cada cierto tiempo resurgen milagrosamente, inmunes como cucarachas biónicas a cualquier insecticida: Juan Guerra, Luis Roldán, los alegres cocainómanos de los ERE, Correa y el Bigotes, el yonqui valenciano del dinero, los inesperados jaguares de Ana Mato, el duque empalmado, el emérito y sus Corinnas, Tito Berni. Ahora, la nueva temporada de esta longeva serie (ríase usted de 'Cuéntame') nos ofrece porteros de puticlub, reservados en marisquerías cutres, aizkolaris, escoltas, presidentes de clubes de fútbol con Ferraris y medallones en la pechera, asesores iletrados con entrada libre en el Ministerio, mascarillas compradas en los chinos... En otros países los casos de corrupción parecen reproducir las elegantes películas de Ernest Lubitsch, pero aquí sabemos que Torrente es en realidad cine documental y para completar la semana solo nos faltaban los curas fachas rezando fervientemente a San Youtube para que Dios llame pronto al papa Francisco y deje así de bendecir gais.

Digerir este caudal de acontecimientos resulta imposible y analizar todo este barullo no es tarea de politólogos sino de humoristas. España no es un libro de Pablo Simón, sino un monólogo de Leo Harlem. Yo asumo mis modestas capacidades y prefiero fijarme en lo pequeñito, en las boñiguitas que estos casos van dejando por el camino y que otros periodistas –muy ocupados en cargarse o en salvar a Sánchez– desprecian.

Hablemos, por ejemplo, de los asesores. Esas criaturas mitológicas que proliferan en España como bacterias ultrarresistentes. Según el Diccionario de la RAE, asesorar es «tomar consejo de otra persona o ilustrarse con su parecer». ¿Sobre qué podría ilustrar Koldo al ministro de Transportes? ¿Para qué recibía a los altos cargos, uno tras otro, en el reservado de la marisquería como si estuviera confesando? ¿De qué hablaría en los consejos de Renfe? ¿Tenía alguna opinión sobre, por ejemplo, la llegada de la alta velocidad a Logroño? ¿Le parecía bien la variante de Rincón?

A Koldo lo hemos conocido ahora porque se le fue la mano con las mascarillas, pero el escándalo primero –el escándalo inaugural– fue su nombramiento como asesor y consejero de Renfe. Podría haberse quedado como escolta y chófer del exministro, pero alguien lo ascendió a esas alturas, otro alguien lo consintió y los demás álguienes miramos para otro lado. En realidad, todos los partidos aprovechan esos huequitos del sistema para dar prebendas a los fieles más fieles y un sueldecito muy apañado a gente cuya única virtud es poseer un carné y sobar la chepa adecuada.

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Pasará el caso Ábalos, probablemente caiga Armengol y quién sabe si Sánchez continuará o no mucho tiempo en la Moncloa. Sin embargo, pueden ustedes jurar que –gobierne quien gobierne– seguirá habiendo asesores que no asesoran porque su labor, en castellano, tiene otros nombres: lacayo, sirviente, doméstico, asistente, paje, chico-para-todo.

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