Pablo Iglesias, Jordi Évole y Albert Rivera, cuando olían a Nenuco. L. R.
Crónicas venenosas

Maneras de morir

«¿Qué fue de tanto galán,/ qué fue de tanta invención/ como trujeron?» (Jorge manrique, 'Coplas a la muerte de su padre')

Pío García

Logroño

Domingo, 17 de diciembre 2023, 09:06

Lo malo de ser agnóstico es que, en realidad, nada te pilla por sorpresa. Tanto Ciudadanos como Podemos llevaban en su interior desde su nacimiento la semilla de una frustración. Eran partidos rockeros y acelerados, que crecieron impetuosamente sobre el estiércol de la corrupción ajena ... y quisieron presentarse ante la sociedad como recién duchados, oliendo a Nenuco.

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Desde la época druídica, siempre hubo gente dispuesta a fumarse el opio de los dogmas y a tragarse resurrecciones, torás y coranes como quien se toma la pastillita para dormir mejor. Esta apremiante necesidad de mesías permitió el encumbramiento súbito de dos líderes jóvenes, frescos, diferentes: Albert Rivera y Pablo Iglesias. ¡Qué bonito el programa aquel de Evolé en el que ambos conversaban en un bar de barrio tomándose unos cafés con leche en vasito! ¡Qué gozosa renovación, qué 15M, qué universitario todo!

Mucha gente se los creyó; no supieron ver las señales o no quisieron verlas porque, al contrario de lo que cantaba Javier Krahe, muchos ciudadanos prefieren caminar con un mal axioma a plantearse la menor duda. Lo del chalé de Galapagar estuvo bien y nos dio mucho juego, eso no podemos negarlo, pero a mí me gustó mucho más cuando Pablo Iglesias decidió ilustrar con su foto el cartel del Día de la Mujer Trabajadora. Por lo que sea, a las feministas de Podemos aquello no les pareció del todo mal; la pastillita del dogma es más eficaz que el omeprazol para los ardores y cuando hay un macho alfa en el redil da gusto oír la berrea.

A Albert Rivera, en cambio, se le quemaron las alas cuando vio que podía convertir su Ciudadanos en el nuevo PP, aniquiló el ala socialdemócrata de su partido y despreció cualquier pacto con el PSOE. Qué vueltas da la vida: aquellos polvos nos conducen hoy a los lodos de Vox y de Puigdemont. Luego Albert cerró el chiringuito y se marchó tan ricamente con Malú, dejando un bonito cadáver más pálido que anaranjado. Rivera tal vez haya cometido el error más dañino de cualquier político español en el siglo XXI; no es, desde luego, un mérito menor y hay que reconocérselo.

Lo de Podemos, sin embargo, ha sido mucho más vistoso. No quisiera incurrir en un caso denunciable de 'lawfare', pero habría que pedir a los politólogos de la Complutense que leyeran más a Tocqueville o a Hobsbawn y vieran menos Juego de Tronos. Aquello que empezó tan a lo grande, con vicepresidencias y ministerios incluso, ha acabado siendo una versión moderna (pero no mucho) de Los Roper, con George convertido en youtuber y Mildred de candidata a las europeas. Podrán echarles la culpa a los jueces, a los medios de comunicación o a la delantera de la Sociedad Deportiva Huesca, pero Podemos está cayendo, como cayó Ciudadanos, víctima de la soberbia de su líder máximo. Es todo muy shakesperiano: al rey Lear le ha salido ahora respondona la princesa rubia que él mismo ungió –sin primarias ni fruslerías– y ahora se desgañita y rompe la baraja porque ni siquiera han hecho ministra a su mujer. ¡Habrase visto desagradecidos, y que conste que nosotros no buscamos sillones! Los típicos problemas de la sucesión en la empresa familiar.

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Ahora que casi todos nos hemos caído del guindo, tal vez podamos extraer alguna moraleja, seguramente inútil, y comprender que la política no es nueva ni vieja: solo es política. Y, sobre todo, que conviene desconfiar de los mesías. Especialmente de los nuestros.

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