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Cuando Sánchez convocó elecciones generales tras las derrotas electorales de mayo, salvó la Moncloa (no sin la generosa contribución de Feijóo), pero detuvo la digestión de las autonómicas. El bolo alimenticio quedó varado en el estómago sin avanzar hacia el intestino, sólido como el cemento ... recién fraguado, incómodo, pétreo. La política nacional ha estado muy entretenida, con ese aire de mercado persa en el que lo mismo se vendían mascarillas falsas en marisquerías que indulgencias plenarias en Waterloo, así que casi nos habíamos olvidado de que el bolo de las autonómicas y municipales seguía ahí, molesto y silencioso como un viejo trauma infantil.
Ha bastado un movimiento súbito y un tanto rudo para recordarle al PSOE de La Rioja que lo de la investidura y la Moncloa muy bien, pero que ellos tienen aún varios exorcismos pendientes. Los demonios que no se conjuran a tiempo acaban saliendo en tropel y con gran escándalo, y eso estamos a punto de presenciar. Capellán y Escobar ya han encargado palomitas. Saben que si no la pifian mucho –lo que nunca es descartable en el PP– les espera una legislatura plácida y una probable sucesión de comicios sin sobresaltos.
Concha Andreu, Pablo Hermoso de Mendoza y Elisa Garrido, cada uno en su terreno, perdieron las elecciones por goleada. No hubo tiempo para la autocrítica. Ni siquiera para la reflexión orgánica. Sánchez apretó el botón de las generales y todavía no hemos salido de aquel torbellino. Andreu encontró un puesto en el Senado y Garrido otro en el Congreso, en unas listas que parecían elaboradas más para acariciar a los heridos que para devolver la ilusión. Hermoso de Mendoza, en una decisión sin precedentes, se quedó de portavoz en el Ayuntamiento de Logroño y Garrido hizo lo mismo en el de Calahorra. La principal diferencia es que el primero, al que muchos militantes aún consideran un advenedizo, nunca tuvo buenas relaciones con la expresidenta, y la segunda es una mujer afín al aparato. Andreu, por su parte, renunció a la portavocía del grupo parlamentario, pero se dispuso a compaginar el escaño en la Cámara Alta, el asiento en el Parlamento de La Rioja y la secretaría general del partido. Andreu y Garrido tienen un pie en Madrid y otro en Logroño o Calahorra, y así no se puede seguir mucho tiempo salvo que hayan sido bendecidas con el don de la ubicuidad o sepan cómo trasladar a la política los principios de la física cuántica. Los tres nombres que protagonizan esta crónica son, en realidad, ecos de un pasado sin final feliz.
El PSOE empieza ahora a digerir las consecuencias de las derrotas electorales de mayo y no tiene por delante un bonito panorama. Sánchez pasará y muchos de los que hoy lo jalean con un entusiasmo de grupis adolescentes acabarán abochornados y haciendo como que no lo conocen. Recordemos que incluso González dejó de ser Dios para convertirse en un viejo que chochea y que ZP, hoy indultado, pasó muchos años en el lazareto de los políticos apestados. La amnistía a la carta, con su corolario de inauditas concesiones, ha garantizado la supervivencia de Sánchez en la Moncloa quizá por uno o dos años, pero al precio de convertir muchos territorios sin ínfulas nacionalistas, como La Rioja, en un páramo de ciudadanos estupefactos. No les será fácil sembrar de nuevo el entusiasmo.
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