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El amor. Por fin el amor. Siempre el amor. «Por amor tengo el alma herida», cantaba Camilo Sesto, y por amor se mueve este Gobierno, ... presidido por un caballero andante que solo quiere liberar a su dulcinea de las garras fascistas de tantos jueces malandrines y follones. «Todos somos Begoña», gritan a una los ministros socialistas, convertidos, pese a sus altos títulos y a sus currículos de siete páginas, en dóciles testigos de un amor furibundo, asombroso, hiperbólico, colosal; un amor de película de Antena 3.
Hace falta tener el corazón muy duro para censurar a un presidente con unos sentimientos tan tiernos. Bajo esa fría máscara de robot se esconde en realidad un poeta romántico de pellizco y arrebato, un Lord Byron cuyos versos febriles adquieren engañosamente la prosa técnica de un artículo legal: «Disposición transitoria única. Las modificaciones realizadas en la Ley de Enjuiciamiento Criminal y en la Ley Orgánica del Poder Judicial serán de aplicación a los procesos en curso en el momento de la entrada en vigor de la presente Ley Orgánica». Qué bonito poema encierran estas frases supuestamente anodinas, qué hermosa declaración de amor, qué apasionada pirotecnia.
Cuando los chupatintas del Congreso aprueben estas bellísimas palabras, ella podrá regresar al calor del hogar triunfante y descansada, dispuesta a seguir cosechando éxitos profesionales en el decisivo campo de la transformación social competitiva. Y ya no tendrá que dar fatigosas explicaciones por cosas que, en realidad, no tienen ningún misterio. ¿A qué ciudadano, con o sin título universitario oficial, no ha ido a verle el rector de la Complutense a su casa para negociar con él la dirección de una cátedra? ¡Eso está a la orden del día! Son los rectores los nuevos testigos de Jehová y yo estoy harto de que vengan a ofrecerme cátedras extraordinarias a domicilio; he tenido que poner hasta numeritos de supermercado para que no se me acumulen en el pasillo.
¿Y a quién no le han hecho alguna vez un software gratis esas empresas tecnológicas que se caracterizan por su generosidad y su altruismo y que rara vez piden nada a cambio? Hay que librar a Begoña de este suplicio cotidiano e inmerecido, aunque eso suponga recortar drásticamente o incluso impedir la labor de las acusaciones populares, tan habituales –qué le vamos a hacer– en los casos de violencia machista o de maltrato animal. ¡Lo bien que les hubiera venido este nuevo precepto a la infanta Cristina y a los fulanos de la Gürtel! Que se fastidien: ellos no tenían en su casa a un hombre enamorado.
Pero esta catárquica proposición de ley no se limita a rimar endecasílabos con buena mano, sino que quiere acabar también con los procesos judiciales iniciados con base en «recortes de prensa». Ya era hora. ¡Otro gran adelanto! De haberlo hecho antes, nos habríamos ahorrado muchos disgustos y no pocos vaivenes. Quizá Nixon o Rajoy seguirían hoy plácidamente instalados en el poder, aburridos y felices, porque tanto el Watergate como la Gürtel fueron, en sus inicios, simples «recortes de prensa», «bulos» malévolos a los que solo unos jueces fascistas o comunistas (táchese lo que no proceda) decidieron prestar atención. ¡Ya lo dice Trump, otro perseguido!
Es cierto que todas las organizaciones judiciales han protestado, pero yo creo que su enojo muestra una lamentable falta de empatía. Deberían aplaudir con arrobo la declamación en sede parlamentaria de este primoroso poema de amor. Es más, para evitarnos líos y preocupaciones, habría que confiar todas estas investigaciones solo a los fiscales generales, tipos, como se sabe, pulquérrimos, celosísimos de su automía y atentos únicamente a mantener el imperio de la ley. El Congreso en pleno tendría que aprobar por unanimidad esta modificación legal mientras por los altavoces suena, inmarcesible, nuestro Camilo: «Siempre me traiciona la razón/ y me domina el corazón/ no sé luchar contra el amor».
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