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La secretaria de Organización del PSOE de La Rioja, María Marrodán, cogió el micrófono el lunes y, con una sonrisa amplia y generosa, nos leyó la cartilla a los periodistas: «No se puede ser equidistante», clamó.
Lo malo de tener que elegir trinchera es que ... te toque al lado algún soldado maloliente y lleno de piojos y encima tengas que defenderlo. ¡Es lo que tienen las guerras, incluso las culturales! Cuando uno se mete en la trinchera, el mundo –tan complejo– se vuelve de pronto sencillo: los compañeros son todos seres beatíficos y mansos, buenas personas, de comportamiento intachable y augustos ideales; mientras que los rivales resultan ser seres inmundos, criaturas del averno, aviesas y torticeras, que encarnan el infierno según lo definió el concilio de Letrán: «Conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno».
No conviene ser siempre equidistante, Marrodán, en eso te doy la razón. Voy a poner un ejemplo histórico, ahora que hay tanto revisionista suelto: un golpe de estado fascista desencadenó la Guerra Civil e inauguró cuarenta años de atroz dictadura. No se puede ser equidistante con eso –tampoco con ETA–, pero hay que intentar ser ecuánime. La colección de sinónimos que propone el Diccionario para esta palabreja es un compendio de virtudes sin las cuales un periodista se convierte en publicista: «Neutral, ponderado, equilibrado, desapasionado, equitativo, recto, honrado, sereno, justo, sosegado, mesurado, razonable».
Los partidos, sin embargo, han cambiado la ideología por el fervor y ya solo admiten adhesiones inquebrantables. El «Pedro quédate» del pasado sábado tenía más de adoración mariana que de argumento racional y a mí me recordó mucho –ya lo escribí alguna vez– al entusiasmo místico con el que los muchachos del PP se postraban hace años ante el bigote incorrupto de José María Aznar.
Conceder una amnistía a cambio de siete votos no es de izquierdas; recuerda más bien a cuando los Papas del Renacimiento, tan entretenidos e inmorales, vendían indulgencias plenarias a doblón. Ahora ya ni las políticas importan para definir bando: es socialista quien se arrodilla ante Sánchez, da igual que entregue el Sáhara, exculpe a Puigdemont o devuelva inmigrantes en caliente; es de derechas quien se derrite ante Ayuso (me temo que Feijóo no da para derretirse).
Si en estas circunstancias hay que elegir bando, Marrodán, prefiero quedarme a campo abierto y que me disparen los dos. A mí el teatrillo este del Sánchez enamorado incluso me ha divertido. El Comité Federal del PSOE pareció por un momento el Senado romano en tiempos de Heliogábalo: «¡Oh, gran césar! ¡Oh, divino señor!» Luego, en la manifa posterior, pincharon a Quevedo, pero bien podían haber puesto canciones de misa: «Quédate junto a nosotros, que la tarde está cayeeeendo/ pues sin ti a nuestro lado nada hay justo, nada hay bueeeeno».
Solo lamento el insólito espectáculo de estos días de abril por el sufrimiento innecesario que ha causado el presidente a muchos amigos socialistas. Tengo la impresión de que se ha reído muy sutilmente –pero muy cruelmente– de todo el partido. Para que funcionase su refinada estrategia, afiliados, concejales y ministros han tenido que vivir una semana con el corazón en un puño, compungidos, noqueados. Aunque seas el puto amo, Pedro, hay que tener un poco más de empatía con los soldados de tu trinchera.
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