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Lo malo de los escépticos es que no somos gente agradable y entusiasta, sino que a todo le vemos el lado malo y la sospecha, ... cuando a veces solo hay buenas intenciones y un sentido muy puro de la oportunidad. Sale el presidente Sánchez en el congreso federal del PSOE, anuncia la creación de una empresa pública de vivienda y la platea estalla de felicidad, arrobo y emoción militante. Problema resuelto. Cuando uno empieza ovacionando a Chaves y Griñán, el final solo puede ser apoteósico.
Los analistas más cerriles nos recordarán, sin embargo, que el problema de la vivienda ya se resolvió a finales de julio, cuando Sánchez anunció con gran despliegue de hipérboles la inmediata construcción de «nada más y nada menos» que 43.000 pisos que se iban a destinar al alquiler asequible «durante cincuenta años». En este caso, se apostaba por la colaboración público-privada con préstamos y avales del ICO, de cuya suerte aún no hemos sido informados. Pero si busceamos un poco en la hemeroteca descubriremos que unos meses antes, en la precampaña de las autonómicas, el mismo Sánchez, infatigable heraldo de buenas nuevas, nos comunicó la existencia de un ambicioso plan para edificar 180.000 viviendas en España, aunque sin demasiada concreción, quizá para que los de letras no nos enredáramos con los números.
Hay algo muy bíblico en creer que basta con nombrar una cosa para que de pronto cobre cuerpo y habite entre nosotros. Pero entre el «¡Hágase la luz!» del Génesis y las leyes de la termodinámica hay un trecho que solo los seres divinos son capaces de cubrir de un saltito; a los demás nos cuesta un mundo y no siempre lo conseguimos. Las grandes ideas genesíacas de repente tropiezan con toneladas de papeleo, competencias exclusivas o compartidas entre administraciones, suelo disponible y cálculo de materiales. Ahí tenemos a la Sareb, un banco malo de verdad, propiedad del Estado, que ni siquiera ha sido capaz de gestionar su filial promotora.
Ya hay bastantes empresas públicas de vivienda, aunque no todas funcionan y muchas veces ni siquiera tienen suelo barato sobre el que edificar. En La Rioja, en los años 90, durante el gobierno PSOE-PR, el IRVI acometió la construcción de grandes promociones de viviendas sociales repartidas por Logroño (Siete Infantes, Rodancha) y por otros municipios, pero luego bajaron los precios de los pisos, la presión ciudadana disminuyó, los constructores se enfadaron y el nuevo ejecutivo del PP puso el IRVI a hibernar.
Esa aventura antigua, que ahora se quiere recuperar, dejó varias lecciones: una empresa pública de vivienda puede funcionar si los políticos marcan las líneas generales pero dejan trabajar a los técnicos, si cuenta con suelo disponible en lugares no deprimidos (hay que evitar los guetos), si se vigilan los requisitos de acceso para que no haya trampas ni amiguismos y si los sorteos se hacen ante notario, con extrema pulcritud.
Así que, ante los repetidos anuncios inmobiliarios de Sánchez, la única respuesta sensata quizá sea arquear la ceja y decir: ya veremos. De momento, eso sí, una cosa buena tendrá la empresa pública de vivienda: ¡podremos meter a más gente necesitada en su consejo de administración!
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