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Imaginen ustedes que todas las noches el consejero de Educación, señor Galiana, cuando acaba su jornada laboral en la Bene, se pasa al instituto Duques de Nájera, que está cerquita, y se pone a dar clases particulares de Matemáticas a un grupito especialmente rebelde de ... alumnos de 4º de la ESO. O, si lo prefieren, imagínense ustedes a la consejera de Agricultura, señora Manzanos, levantándose a las cuatro de la mañana para sacarse un sobresueldo podando viñas en Rodezno antes de sentarse –convenientemente aseada, vestida y almorzada– en el sillón principal de su despacho.
Serían comportamientos tal vez admirables, pero no del todo comprensibles e incluso abiertamente ilegales: la ley de incompatibilidades impide que los altos cargos del Gobierno de La Rioja tengan otros trabajos retribuidos. Podrían –en todo caso y si les quedan ganas– hacer algún tipo de voluntariado social.
Sin embargo, el hasta ahora gerente del Seris, Jesús Álvarez, después de gestionar la sanidad riojana por la mañana (un trabajo al parecer menor, de escasa enjundia, casi un pasatiempo), por la tarde pasaba consulta como anestesiólogo. Esta diligencia suya le reportó algunos beneficios pecuniarios: 35.000 euros en seis meses según la diputada del PSOE María Somalo, exconsejera de Salud, y una cantidad mucho menor según el protagonista. «Prefiero no aportar una cifra», dice, sin pensar quizá que somos nosotros, los ciudadanos, quienes le pagamos el sueldo y alguna legítima curiosidad podríamos tener en conocer con exactitud sus emolumentos.
El gerente del Seris, cargo que hasta el viernes ocupaba Álvarez, tiene categoría de viceconsejero, lo que le confiere estatus de alto cargo, con un salario bruto anual de 72.000 euros. La ley de incompatibilidades le impide realizar otro trabajo retribuido. Su actividad como anestesista no figura en la declaración notarial de actividades publicada en el BOR del 29 de diciembre. Un poco antes, el 23 noviembre, el Gobierno aprobó un decreto para establecer «la plantilla correspondiente a los órganos de dirección del Servicio Riojano de Salud». En ese texto se advierte expresamente de que, «si las necesidades asistenciales así lo requieren», algunos directivos podrán «ser requeridos para realizar actividad profesional». Entre ellos figura el gerente de asistencia hospitalaria, pero no el del Seris.
Y ahí tenemos el nudo del problema. Álvarez dice que reunía en su persona los tres cargos (gerente del Seris, responsable del San Pedro y de Calahorra) y que solo pasó consulta en calidad de gerente del San Pedro. Tras leer la entrevista publicada el viernes en este periódico por mi compañero Víctor Soto, los teólogos no cabrán en sí de gozo. De pronto, en vísperas de Semana Santa y cuando ya habían perdido toda esperanza, nos encontramos ante un nuevo y sorprendente caso de tres personas diferentes que comparten una misma sustancia. Del Dios uno y trino hemos pasado al gerente uno y trino, aunque a los torpes aún nos cuesta comprender cómo alguien puede prescindir a voluntad de su condición de gerente del Seris para convertirse en gerente del San Pedro a secas. Es como si Jesucristo solo fuese Dios de ocho a tres, causando la natural confusión entre sus apóstoles. Por menos de eso acabaron a puñetazos en el concilio de Nicea.
De las brumosas explicaciones vertidas hasta ahora, da la impresión de que la Consejería de Salud, que había anunciado un plan de choque para acabar con las listas de espera, necesitaba más un anestesista que un gestor y Álvarez asumió ambas funciones..., aunque cobrando cada una por separado y moviéndose así por un territorio resbaladizo, acuciado por la ley de incompatibilidades. Con el reciente nombramiento de un nuevo gerente para el Seris, Jesús Álvarez baja un escalafón en el organigrama para ocuparse de la gerencia de asistencia hospitalaria, lo que sí le permitirá –ahora con todo el amparo legal y sin inquietantes desdoblamientos de personalidad– prestar servicios médicos retribuidos.
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