![Los cowboys de la frontera](https://s1.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/2025/02/08/fatxas.jpg)
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Les ahorro el suspense: Trump no va a cumplir su amenaza de deportar a tropecientosmil inmigrantes ilegales. Y no porque en el fondo sea buena persona o porque ahora de pronto está más entretenido con Gaza, como los niños que van cambiando compulsivamente de juguetes, ... sino porque el país se le caería en pedazos. Sin inmigrantes ilegales en Estados Unidos, los restaurantes de Nueva York no podrían funcionar, los hotelazos de Florida quebrarían, las familias ricas de Louisiana se quedarían sin servicio, nadie limpiaría las oficinas de Boston o de Chicago. Habrá algunas deportaciones crueles con destino a Bukele y volveremos a ver esas terribles fotografías de las cárceles salvadoreñas, pero los números nunca serán muy elevados. De todas las disparatadas ocurrencias de Trump, esta es con mucho la más absurda e irreal. Los empresarios americanos –grandes y pequeños– son los primeros interesados en que las algaradas deportatorias de su presidente se queden en palabrería.
El debate de la emigración está lleno de hojarasca; nadie parece preocuparse de mirar los datos y de pensar por qué y cómo suceden las cosas. El año pasado, uno de los grandes especialistas mundiales en el asunto, el sociólogo neerlandés Hein de Haas, publicó un libro chocante, cuya lectura debería ser obligatoria para todos los políticos que se ocupan del asunto: 'Los mitos de inmigración' (Editorial Península). «La inmigración –dice De Haas– es un proceso parcialmente autónomo que en gran medida sigue las tendencias económicas de los países de destino. Si las economías florecen y la demanda de mano de obra es alta, es difícil impedir que venga gente, ya sea legal o ilegalmente. Cuando la economía va mal, vendrá poca gente». El cambio de perspectiva es sutil pero decisivo: «La demanda de mano de obra en el país de destino es el principal motor de la migración internacional».
Ahora tenemos reunidos en Madrid a los Patriots (sic), una colección de ultraderechistas de golpe en el pecho y verbo altisonante, que quieren hacer (oh dios mío) a Europa grande otra vez. ¿Pero cuándo fue Europa más grande que ahora?, cabría preguntarles. ¿Después de la paz de Westfalia, en las doradas épocas del imperio austrohúngaro, minutos después del pacto Ribbentrop-Mólotov? Europa tiene muchos achaques, pero funciona y encima lo hace con unos grados sobresalientes de libertad y de prosperidad; de hecho es la parte del mundo que mejor funciona y por eso se ha convertido en polo de atracción de emigrantes. No siempre fue así: a principios del siglo XX, riadas de españoles, polacos, irlandeses e italianos llegaron a América en pateras trasatlánticas. Resulta agotador recordarlo, pero hace ochenta años aquí nos comíamos los mocos y por eso la gente de los Cameros cruzaba el océano con lo puesto.
Gastarse millonadas, como ha hecho Meloni, en construir una cárcel para migrantes fuera de la Unión Europea, más allá de las objeciones morales que puedan plantearse, es una idea de cuadrilla ciega a gintonics a las cuatro de la mañana. Tampoco hay por qué negar, como hace cierta izquierda naïf, que la inmigración causa problemas en las sociedades receptoras y que nadie ha dado aún con una solución universal: ni el multiculturalismo ni la integración por decreto han demostrado ser el bálsamo de Fierabrás. Tras muchos años de estudio del sistema neerlandés, Haas concluye que el multiculturalismo extremo puede incluso leerse como un 'apartheid light', un ejercicio de tolerancia represiva, un decirles a los migrantes «podéis hacer las cosas a vuestra manera siempre y cuando no nos molestéis porque nunca seréis de los nuestros».
En cualquier caso, más allá de reproches éticos, los datos demuestran que ni las barreras ni las deportaciones ni los chillidos histéricos sirven para nada. Si vienen aquí es porque hay trabajo y oportunidades, aunque haya distorsiones y sea difícil que todas las piezas encajen a la primera. Solo dejarán de venir cuando seamos pobres otra vez (pero pobres de verdad). Entonces seremos nosotros los que tengamos que marcharnos. Ustedes verán qué futuro prefieren.
Y, sin embargo, como insinuaba Kavafis, hay alguna solución. «La mejor política de integración –advierte Haas– consiste en asegurar que los migrantes puedan conseguir empleo o montar un negocio con facilidad, pues el empleo sigue siendo la vía más importante hacia la emancipación, el aprendizaje de la lengua y la integración». Los estudios demuestran que cuanto antes tienen acceso los migrantes a la plena ciudadanía, mayor motivación tienen para invertir en un futuro mejor y mejores son los resultados de la integración.
Pierdan, no obstante, la esperanza en un debate sosegado. Seguiremos pendientes de la próxima ideaca de Trump. Caramba, Trump, hijo de escocesa, nieto de alemanes y casado con una eslovena. Muy guapa la eslovena, eso sí.
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