Crónicas venenosas
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Crónicas venenosas
El conciertilloCon el cambio de Gobierno no solo mudan los consejeros y los directores generales, también las subvenciones e incluso los necesitados. Hay gente a la que de pronto debemos ayudar; ahí tenemos ahora haciendo fila a los padres que llevan a sus hijos a cursar ... el Bachillerato a la escuela privada. ¡Cómo no habíamos caído antes en su triste situación! El consejero de Educación, señor Galiana, ha reparado en este doloroso olvido, ha rebuscado en las arcas públicas y ha pillado 600.000 euros para darles una ayudita a los 712 alumnos matriculados en siete centros privados. Ochenta euros al mes recibirá cada uno de ellos para que el trago de pagar la mensualidad les sea azucarado; menos da una piedra y más pretende darles Capellán, que ya anuncia su intención de concertar el Bachillerato entero.
Aunque el muestreo que manejo no es estadísticamente satisfactorio, conozco a varios padres en ese trance y yo diría que todos ellos tienen un buen pasar. A bote pronto, se me ocurren mejores candidatos en los que gastarse esos dinerillos públicos, pero se ve que este Gobierno es por naturaleza rumboso y sagaz, y sabe ver angustiosas penurias donde los demás solo vemos vermús con calamares y vacaciones en la playa.
A esta dadivosidad extrema del Partido Popular, tan admirable, quizá quepa oponer alguna objeción: el Bachillerato no es educación obligatoria y hay centros públicos de sobra. Uno puede mandar a su hijo al colegio que desee –faltaría más–, pero no hay por qué pretender que se lo paguemos todos a escote. Aquí no estamos hablando de libertad, pese al entusiasmo esloganero de la Consejería, sino de dinero contante y sonante. Y la ley de los vasos comunicantes se cumple con desesperante tozudez en el mundo de la contabilidad: lo que se gasta en una cosa no se gasta en otra.
Incluso quienes no estamos a favor del concierto del Bachillerato reconocemos que al menos es una opción ideológica seria, mucho más profunda y debatible –también mucho más cara– que este simpático óbolo que se derramará sobre las familias como quien lanza alocadamente billetes desde el balcón del Ayuntamiento. A nadie se le ocurre que esos 80 euros al mes van a servir para que una persona sin recursos económicos se plantee llevar a su hijo a cursar el Bachillerato a Maristas por mucho entusiasmo que le provoque el ideario del centro o por muy sincera devoción que profese por San José Obrero.
Esto, en el fondo, a la calidad de la enseñanza ni le va ni le viene. Me resulta conmovedora, sin embargo, esa idea de alentar la competitividad entre centros en pos de una supuesta excelencia educativa, especialmente en Bachillerato. ¡Como si a alguien de verdad le importara eso! Me temo, señor consejero, que en ese ciclo tan determinante ni a los padres ni a los alumnos les interesa demasiado el caudal de conocimientos, la agudeza racional o la innovación pedagógica. Solo buscan –descarnada y desesperadamente– sacar nota. Esa será, si no lo es ya, la única competición.
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