Para ser pedagogo, especialmente si uno aspira a trabajar en un Ministerio, conviene no haber pisado jamás un aula. Si el candidato incurre en la lamentable flaqueza de tener hijos, deberá apartarse lo más posible de ellos y apreciarlos platónicamente, como si fueran objetos ideales ... y mofletudos que van flotando de nube en nube. Solo así podrá dedicarse a un oficio de naturaleza puramente espiritual, una pintoresca rama de la ciencia ficción.
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Cuando los pedagogos se cruzan con los políticos surgen criaturas muy curiosas, ornitorrincos educativos bautizados con nombres fascinantes: ¡Logse! ¡Loe! ¡Lomce! ¡Lomloe! Mientras tanto, ajenos a tan mirífica producción legislativa, los chavales realmente existentes, con sus granos y sus hormonas verbeneras, con su poca gana y sus otros intereses, van pasando de curso en curso hasta que, mal que bien, llegan a las playas de la EBAU.
A la EBAU le pasó como a Prince. Un día se harto de llevar un nombre exacto y descriptivo (Selectividad) y decidió llamarse Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad. La pluralidad de España es tal que unos le llamamos EBAU y otros le dicen EvAU, aunque todos hablemos de lo mismo. En cada región el examen es diferente, aunque luego el distrito universitario sea único y una chica de Logroño, si le da la nota, pueda optar por matricularse en la Complutense, en la Universidad de Salamanca o hasta en la Pompeu Fabra, siempre que no le asuste el catalán (el bilingüismo fue bonito mientras duró).
A Feijóo, al que desde que ganó/perdió las elecciones generales se le ve despistado y confuso, como braceando agónicamente entre ayusos y pellets, se le ha ocurrido que todas las comunidades del PP deberían poner ya el mismo examen. Quizá no haya caído en la cuenta de que Galicia, Extremadura y La Rioja manejan currículos académicos diferentes o que en Castilla y León sus libros de texto garantizan que el castellano echó sus primeros verbos en un recóndito pueblecito burgalés y no mencionan las Glosas, que en La Rioja, sin embargo, alcanzan una estatura mítica. ¿Y si a mitad de curso cae un gobierno del PP? ¿Cambiamos otra vez de preguntas?
A Feijóo habrá que recordarle, además, que en la nota de acceso a la Universidad pesa más la media de Bachillerato (60%) que la propia EBAU (40%). Comprobará fácilmente que la discrepancia en calificaciones es todavía mayor entre institutos que entre comunidades. ¿Deberíamos, por lo tanto, hacer exámenes comunes para todos los centros educativos –públicos, privados y concertados– en todas las asignaturas y corregidos por tribunales imparciales y no por el profesor de turno? Así cortaríamos de raíz cualquier sospecha de inflación de notas, Feijóo, que ya sabes cómo es la gente, y podríamos alcanzar la anhelada «igualdad de oprtunidades».
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La idea de hacer una EBAU única quizá no sea descabellada; pero sí lo es esta forma chiripitifláutica y marrullera de plantearlo. En lugar de preparar un informe y discutirlo con el Ministerio y con todas las comunidades autónomas, se suelta la ocurrencia y se mete en el ajo a las doce comunidades en las que ahora gobierna el Partido Popular. Se trata, otra vez, de utilizar la Educación como argumento electoral y escenario de riña navajera. Los chavales son lo de menos. Siempre son lo de menos. Si no lo fueran, hace veinte o treinta años que PP y PSOE hubieran firmado un pacto educativo, aunque fuese a costa de dejar de meterse el dedo en el ojo un ratito.
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