Parlamento de La Rioja Suleyman Evran (Sadé Visual)
Crónicas venenosas

Arranca otra vez la Liga

«Trágala, trágala, vil servilón, tú que no quieres Constitución» (Canción de los liberales del siglo XIX)

Pío García

Logroño

Domingo, 1 de septiembre 2024, 08:36

A los partidos políticos les resultan más cómodos los votantes que los ciudadanos. Sueñan con un ejército de individuos disciplinados, que jamás se desvían del curso que marcan sus líderes y que se limitan a votar pastueñamente cuando les llaman. En la acelerada reconversión futbolística ... de la política, uno viste los colores de su equipo con pasión infantil y no necesita el VAR para saber que siempre es penalti en territorio rival y nunca hay falta en el área propia. Defensas leñeros como Óscar Puente, Miguel Tellado o la Ejecutiva de Vox al completo son jaleados por sus propias aficiones con el mismo entusiasmo con el que los seguidores del Wimbledon FC ovacionaban a Vinnie Jones cuando rompía alguna tibia. Hemos de reconocer, con cierto pesar, que en los terrenos de juego del Congreso el tiki taka, si alguna vez existió, se olvidó hace tiempo y ahora prima el fútbol del norte, aguerrido y patadonesco, con el campo convertido en un barrizal y los jugadores –incluso los que presumen de técnicos– pegando punterones a diestro y siniestro.

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También los periodistas debemos confesar con humildad nuestra culpa: cualquier tertulia es un Chiringuito y el mundo informativo se ha llenado de pronto de Ronceros que van por la vida besando el escudo de su equipo con los ojos arrasados en lágrimas. Estudie usted Periodismo –o, peor aún, Ciencias Políticas– para acabar repitiendo como un papagayo las consignas que emanan desde Moncloa o desde Génova. Tal vez no sea casualidad que la Liga comience al mismo tiempo que las sesiones parlamentarias; ya todo es fútbol y hooliganismo.

Sin embargo, pese a la torcida intención de los partidos políticos y al sumidero de las redes sociales – donde toda vileza tiene su asiento–, sigue habiendo una complejidad extrema en el universo de los votantes. Hacen mal los partidos en creer que los sufragios son cheques al portador y que su programa debe ser aceptado por sus fieles como un nuevo evangelio.

Defender un carril bici no le convierte a uno en perroflauta y tampoco se es facha por sostener la iniquidad de una financiación singular para Cataluña. ¿Cuántos votantes del PP en Logroño firmarían por que sus hijos pudieran ir al instituto en bici sin miedo a que les atropellen cinco coches y una furgoneta? ¿Cuántos socialdemócratas riojanos estarán hasta las narices de las cesiones continuas –económicas y judiciales– al nacionalismo más xenófobo e insolidario? ¿Estará algún votante de Capellán irritado por las onerosas ayudas al Bachillerato en los centros privados? Es cierto que esto último figuraba en el programa electoral del PP, pero cuando uno vota no necesariamente tiene por qué compartir el menú completo y tiene todo el derecho –e incluso el deber– a ejercer la crítica y a recibir las oportunas explicaciones. Y no digamos cuando el asunto ni siquiera se mencionó en campaña, como la amnistía.

El mayor error que puede cometer un partido político es confundir a sus votantes con sus militantes. Los segundos comulgan casi con cualquier cosa porque, sobre todo en la victoria, practican una ideología de alabín, alabán, alabimbombán; pero entre los votantes hay variedad, dudas, infidelidades, desapego, distancia, hartazgo, ganas de cambio, cuitas personales. Por eso han fracasado las primarias en España y tal vez eso explique también la contundente derrota del gobierno Andreu: un partido conoce de sobra a sus militantes, pero debería esforzarse por conocer mejor a sus votantes, especialmente a los más escurridizos. Incluso si tiene mayoría absoluta.

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